Cuando tenía 13 años, Mandira fue secuestrada en su escuela. La llevaron a un campamento en el que le dieron un arma y la utilizaron como niña soldado.
“Tenía miedo. Nos dividían en grupos y cada uno se encargaba de labores concretas”, explica Mandira. “Algunos grupos fabricaban bombas, otros preparaban armas. A mí me entrenaban para combatir y era muy duro”.
El reclutamiento de niños y niñas soldado se dio durante el prolongado conflicto armado que tuvo lugar en Nepal entre 1996 y 2006.
Tras permanecer cautiva durante dos meses, Mandira consiguió escapar junto con dos de sus amigas en una de las batallas en la selva. “Fingimos que nos habíamos caído desde un acantilado, y conseguimos escapar y volver a casa”.
A pesar de todas las dificultades que tuvo para integrarse en la comunidad, Mandira consiguió retomar su educación desde donde la había dejado y completó sus estudios hasta el décimo curso, cuando tuvo que abandonarlos porque su familia ya no podía pagarlos.
A los 20 años, Mandira se casó con un hombre que su familia eligió para ella. Al cabo de un año, tuvo su primer hijo. Sin embargo, su marido no tenía un empleo estable, por lo que Mandira tuvo que emigrar al extranjero en busca de trabajo.
En 2013, Mandira viajó a Malasia, donde encontró empleo en una empresa de fabricación de hardware. Todo iba bien ya que podía enviar dinero a casa con regularidad. Esta situación cambió cuando uno de sus compañeros empezó a acosarla. Al principio trató de ignorarlo, pero conforme fue transcurriendo el tiempo, perdió el control.
Tras el incidente fue despedida de su trabajo y regresó a Nepal, donde fue rechazada por sus familiares, descontentos por haber perdido su fuente de ingresos. En 2015, ella y su marido decidieron empezar de cero y se mudaron con su hija a otro pueblo.
Junto con su marido, la joven compró un bicitaxi gracias al cual Mandira puso en marcha un negocio. Su vida mejoró, pero, como los gastos de mantenimiento empezaron a aumentar, no pudieron hacer frente a los pagos del préstamo bancario y finalmente se vieron obligados a entregar el vehículo al banco. Para llegar a fin de mes, su marido se trasladó a Katmandú, donde alquila un bicitaxi para obtener ingresos.
Cuando estalló la pandemia, sus vidas se complicaron aún más. “Durante ese tiempo, mi marido y yo no obtuvimos ningún ingreso debido al confinamiento y no teníamos ninguna otra fuente de ingresos, así que tuvimos que pedir un préstamo para sobrevivir”.
Fue entonces cuando Plan International puso en marcha un proyecto en el distrito de Sunsari para apoyar a personas que, como Mandira y su familia, se habían visto afectadas por el impacto de la pandemia. En colaboración con la Plataforma Común para un Objetivo Común, ofrecimos a Mandira la posibilidad de asistir a un curso de capacitación para aprender técnicas para la cría de cerdos.
“Tras cinco días de formación, recibí ayuda para montar una granja porcina. Me dieron tres lechones y tres sacos de comida para cerdos”, dice Mandira. “También tuve la oportunidad de participar en un curso de capacitación empresarial que me ayudó a desarrollar el concepto de mi negocio”.
Ahora, a sus 34 años, Mandira espera por fin tener cierta estabilidad económica en su vida. Su granja de cerdos funciona bien y ha decidido volver a la escuela para completar su educación secundaria superior.
“Poco a poco estos cerdos me ayudarán a saldar mi préstamo. Los estoy criando para venderlos y luego volveré a empezar comprando más lechones. Quiero aumentar el número de cerdos de mi granja. Además, quiero comprar otro bicitaxi para ganar dinero como taxista. Mi marido sigue en Katmandú conduciendo un taxi, así que las cosas son un poco más fáciles”.