Hasta hace unas semanas, el punto de cruce del ferry entre las ciudades de Isaccea, en Rumanía, y Orlovka, en Ucrania, era utilizado principalmente por camioneros que transportaban mercancías a través del río Danubio. Inaugurado el año pasado, el transbordador es ahora un salvavidas vital para miles de personas que huyen del conflicto en Ucrania. Alrededor de 2000 personas llegan cada día a este punto.
Más de dos millones de personas han huido ya de Ucrania como consecuencia de la crisis, según datos de Naciones Unidas. Casi 320 000 de estos refugiados han entrado hasta ahora en Rumanía, entre ellos Yarik, de 8 años, que, junto con su madre Uliy, su mejor amigo Alexay, de 10 años, y la madre de este, acaba de llegar al país vecino.
Han viajado desde la ciudad de Odessa, dejando allí a sus padres y maridos. Su coche está repleto de sus pertenencias, incluido un juego de ajedrez al que tienen especial cariño. Yarik es un gran jugador de ajedrez y ha participado en varios campeonatos. Su madre nos dice que no le perdamos la pista en los próximos años ya que afirma que: “Podría ser el próximo campeón”. Ni siquiera la guerra impedirá que Yarik persiga sus sueños.
La familia decidió abandonar Odessa tras oír los ataques aéreos. “Por suerte, los niños estaban durmiendo en ese momento, aunque todavía están asustados y lloran mucho”, explica Uliy. Las difíciles circunstancias del conflicto les obligaron a dejar atrás a la abuela y a la bisabuela de Yarik y desde entonces no han tenido forma de contactar con ellas.
Uliy está visiblemente conmocionada por la inimaginable experiencia de estas últimas dos semanas. La escuela de Yarik y Alexay cerró hace una semana, pero han traído sus libros de texto para seguir estudiando. No tienen ni idea de dónde pasarán la noche y los próximos días. También desconocen cuándo y dónde podrán continuar con su educación.
Cuando nuestro fotógrafo empieza a hacer fotos a Yarik y Alexay, entran en escena, posando y riendo con su juego de cartas favorito, el UNO. Está claro que es una distracción para ellos, ya que durante unos minutos pueden reír y jugar, y permitirse ser niños una vez más.
Mientras la familia vuelve al coche para continuar su viaje, Uliy nos cuenta que intenta mantener a los chicos distraídos de la realidad de su situación jugando con ellos. Nos despedimos y les deseamos buena suerte.
A medida que las familias siguen llegando a Isaccea, las personas voluntarias las dirigen hacia una gran carpa naranja donde se les informa sobre los próximos pasos y se les ofrece una bebida caliente, un bocadillo y una manta. Los que esperan a que se tramiten sus papeles pueden permanecer por el momento en tiendas temporales equipadas con mantas y calefactores.
En cuanto las niñas y los niños salen de la tienda, son recibidos con grandes cajas de juguetes para que elijan. Inmediatamente se les ilumina la cara, lo que les permite jugar y recuperar su infancia al menos por un rato.
Al principio de la crisis, la carpa tenía la mitad del tamaño que tiene hoy, ha evolucionado hasta convertirse en un centro de procesamiento en pleno funcionamiento. Ahora, está lleno de diferentes espacios para descansar y alojarse. Las mujeres y las niñas también pueden acceder a productos sanitarios -cuando están disponibles- y hay pañales y toallitas para las madres.
El siguiente en llegar es un coche en el que viajan dos madres y sus cuatro hijos: las hermanas Katy, de 15 años, y Yana, de 12, y su madre Irina viajan con Evelina, de 5 años, su hermano adolescente y su madre Veronika. Las familias también proceden de Odessa, otra de las ciudades que es objetivo después de Kiev y Mariupol, al norte y al este.
“En Odessa, las alarmas suenan más de cinco veces al día, por eso nos fuimos. Es muy triste. Tenemos que pasar a la clandestinidad. Los niños y las niñas están estresados, no quieren comer. Odessa tiene un puerto, un aeropuerto, una base militar y tenemos miedo de que la bombardeen”, explica Irina.
“Las escuelas están cerradas desde que empezó la guerra. Al principio, las niñas y los niños recibían algunas clases online, pero ahora se han interrumpido y no tienen nada. Teníamos una buena vida antes de la guerra, pero ahora da miedo”.
La familia, exhausta, nos cuenta que partió a las 11 de la mañana del día anterior y estuvieron conduciendo durante toda la noche para llegar al puerto de Orlovka. “Ha sido muy difícil. Los niños y las niñas han dormido en el coche, pero nosotros aún no hemos podido dormir. Ahora vamos a intentar descansar en Tulcha (un pequeño pueblo cerca de la frontera), luego quizá vayamos a Bucarest, y después a Bulgaria”.
Irina dice que lo más duro fue dejar atrás a su marido, quien ahora tiene que defender su ciudad. “Casi la mitad de nuestros amigos se van. Ucrania es nuestro hogar, queremos volver. Nuestros maridos están allí“.
Mientras hablamos con Irina y Veronika, Yana, de 12 años, se aferra al perro de la familia, que se llama Sonia. Le preguntamos a Katie qué le gustaría ser de mayor. “Me gustaría ser actriz, voy a un club de teatro. Quiero ir a la universidad para ser actriz”.
Con todas las personas que pasan por la frontera rumana cada día, una familia destaca. Arropado por capas de mantas, vemos a un bebé de dos meses cargado por su madre, Diana. Junto con su marido, Alexander, y otras dos niñas, Julia, de 5 años, y Anna, de 8, que llevan horas viajando.
“Venimos de Izmail y pensamos viajar a la República Checa para quedarnos con unos amigos. Hemos tenido que dejar a nuestros padres en Ucrania”, dice Alexander. Al viajar sin coche, la familia ha tenido que cargar con todas sus pertenencias, así como con el bebé Daniil, ya que no tienen un carrito donde llevarle.
Mientras esperan en la cola para pasar el control fronterizo, el bebé gime y Diana lo abraza y le besa la cara para consolarlo. Mientras esperan a la tramitación de sus papeles, a las niñas mayores les ofrecen bocadillos y juguetes las personas que están allí colaborando.
Esta familia, al menos sabe a dónde va y tiene un lugar donde alojarse. Desgraciadamente, no es el caso de la mayoría de familias que llegan a Isaccea en este día de frío intenso; muchas de ellas no saben dónde van a pasar la noche, los días o incluso los próximos meses.