Tras cruzar la frontera, la mayoría de las familias que huyen de Ucrania a Rumanía pasan una o dos noches en alguna de las ciudades cercanas, antes de continuar su viaje en autobús o en tren hacia destinos de toda Europa para reunirse con amistades y familiares con los que pueden quedarse.
En un tren hacia Bucarest nos encontramos con Tana, de 30 años, que viaja con sus dos hijos, Nicholas, de 10 años, y Mari, de 6, sus padres, su perro y el gato de su hermana. Tana está agotada y nos cuenta su historia mientras sus hijos duermen.
“La parte más estresante del viaje fue al principio, en la carretera, después de salir de Kharkiv. Mis hijos no paraban de llorar porque hacía mucho frío y no entendían lo que pasaba. Había -2 ºC cuando llegamos a la frontera, y tuvimos que esperar 7 horas para cruzar. Fue bastante duro”.
Tana nos cuenta que estuvo a punto de irse de Ucrania sola con sus hijos, pero en el último momento sus padres decidieron venir con ella. “No sé cómo lo habría hecho sin ellos. Al principio lloraba tanto que quería volver atrás”.
Miles de personas siguen cruzando cada día hacia Rumanía. Allí son recibidos por gente voluntaria y trabajadores humanitarios que les dan alimentos, agua y les asesoran para encontrar alojamiento. Más de tres millones de personas han huido ya de Ucrania, y Rumanía hasta el 16 de marzo ha acogido a un total de 491.409 refugiados, según Naciones Unidas.
“En la frontera pensábamos que no habría tantas personas, pero, cuando llegamos, nos dimos cuenta de que había miles, y solo había un hombre comprobando la documentación de quienes llegaban. Para entonces ya habíamos conducido durante cuatro días y hacía mucho frío. Hemos dormido en escuelas, en guarderías y en el suelo“, nos cuenta Tana.
No hace mucho, Kharkiv era el hogar de casi 1,5 millones de personas. Con extensos parques, jardines botánicos y un zoológico, era conocida por sus hermosas fuentes y esculturas. Ahora, tras semanas de intensos bombardeos, la segunda ciudad más grande de Ucrania está parcialmente destruida.
“Cuando empezó la guerra no podíamos creerlo. El primer día dijimos que al día siguiente se acabaría, y lo mismo el segundo y el tercero. Incluso ahora espero que se acabe mañana. Mi marido se ha quedado y me han dado una tarjeta SIM para que pueda llamarle de forma gratuita. Mis hijos no lo entienden y me preguntan por qué su padre no está con nosotros; intento explicárselo, pero no lo entienden”.
Tana nos cuenta que agradece toda la ayuda y el apoyo que ha recibido hasta ahora. “El tren es gratis, todo el mundo que nos hemos encontrado de camino ha sido muy amable con nosotros. En Rumanía, nos han ofrecido comida y té. Vamos a encontrarnos con mi hermana en Bucarest, ella ha estado en España, y luego viajaremos a Georgia dentro de tres días”.
Le preguntamos a Tana si puede seguir trabajando a distancia desde Georgia y nos cuenta que es ilustradora de materiales educativos, sin embargo, el estrés de la guerra y el verse obligada a abandonar su hogar la han dejado incapaz de concentrarse en su trabajo. “Estoy emocionalmente vacía, así que ahora no puedo hacerlo. He decidido descansar, pero lo retomaré. Algún día me gustaría ilustrar cuentos de hadas”.
Mientras el tren viaja por la campiña rumana, Tana mira por la ventana y suspira. “Soñaba con enseñar Europa a mis hijos, pero no así”, dice, y añade: “He aprendido que los sueños deben ser más detallados: hay que saber cuándo, dónde y con quién”.