Cada 12 de junio se conmemora el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, una fecha para alzar la voz frente a una realidad que afecta a más de 160 millones de niñas y niños en todo el mundo. Lejos de disminuir, el trabajo infantil ha aumentado en los últimos años, especialmente en contextos de pobreza, crisis humanitarias y falta de acceso a una educación de calidad. Desde Plan International, denunciamos esta forma de violencia que priva a la infancia de sus derechos, limita su desarrollo y compromete su futuro.
Una de las formas más invisibilizadas y normalizadas de trabajo infantil, especialmente en América Latina y el Caribe, es el criadazgo. Esta práctica consiste en entregar a niños y niñas, en su mayoría procedentes de familias con escasos recusos, para que vivan y trabajen en casas ajenas bajo la promesa de educación, techo y comida. En la práctica, muchas de estas niñas y niños se enfrentan a largas jornadas de trabajo doméstico, aislamiento, falta de escolarización, y en numerosos casos, maltrato físico y emocional.
El criadazgo es una forma de trabajo infantil que se disfraza de ayuda, pero que perpetúa dinámicas de desigualdad, explotación y violencia. Esta práctica refleja cómo el género, la pobreza y la discriminación se complementan, colocando a la infancia en situaciones de extrema vulnerabilidad desde edades muy tempranas.
El trabajo infantil, incluido el criadazgo, se suma a otros peligros que enfrentan millones de niñas y niños en el mundo: la violencia sexual, el matrimonio infantil, la trata y el abandono escolar. Todos estos riesgos comparten una raíz común: la negación sistemática de los derechos de la infancia. Cuando se les obliga a trabajar, a abandonar la escuela o a asumir responsabilidades adultas, se les arrebata protección, pero también la oportunidad de desarrollarse plenamente, de soñar, de jugar y de construir un futuro digno.
Detrás de cada cifra hay una historia, una infancia robada, una niña obligada a crecer demasiado pronto. Hoy conocemos la historia de Lili, una adolescente paraguaya, refleja de forma dolorosa cómo el criadazgo puede destruir infancias y dejar heridas profundas. Su testimonio es un llamado urgente a proteger a las niñas y a erradicar todas las formas de trabajo infantil:
Manos de Lili (no se ve el rostro para proteger su identidad)
En Paraguay, miles de niñas, niños y adolescentes son víctimas del criadazgo, una práctica ilegal pero profundamente normalizada.
En la mayoría de los casos, lejos de recibir el cuidado y la atención que merecen, las niñas y niños son obligados a trabajar durante largas horas y a asumir responsabilidades que superan con creces su edad y capacidad.
Este fue el caso de Lili*. La difícil situación económica de su familia llevó a su madre a tomar la decisión de entregarla cuando solo tenía 10 años. Lili se vio obligada a dejar su hogar, a su madre y a sus hermanos para ir a vivir con una tía en otra ciudad que prometió cuidarla y mantenerla a cambio de que realizase ciertas tareas.
«Mi madre pensó que era lo mejor para mí, ya que no podía hacerse cargo de todos sus hijos. Me fui con la esperanza de tener una vida mejor, pero pronto todo se convirtió en una pesadilla», cuenta Lili.
La hermana de Lili, que era apenas un par de años mayor que ella, también fue enviada a vivir con otra tía en una ciudad distinta. «Para nosotras era algo normal ir a trabajar a casas ajenas», explica Lili.
Al principio, todo parecía estar bien. Sin embargo, a los pocos meses de hacerse cargo de las tareas del hogar en casa de su tía, un primo mayor comenzó a acosarla. Lili no sabía cómo reaccionar; sentía miedo y vergüenza. Con el tiempo, el acoso fue en aumento hasta convertirse en abuso sexual. Lili, profundamente afectada por lo que estaba viviendo, se sentía paralizada y no sabía qué hacer.
«No podía confiar en nadie. Sentía miedo y vergüenza. Mi primo abusó de mí y me sentí completamente indefensa. Tardé dos meses en contarle a mi tía lo que había pasado. Ella lo encajó mal. Habló con su hijo, pero él ni siquiera lo negó. Solo dijo que esa noche estaba borracho. Después, me volvió a amenazar con matarme por haber contado lo ocurrido», relata Lili.
Poco después, Lili descubrió que estaba embarazada y fue enviada de vuelta a casa con su madre. Juntas denunciaron el caso ante las autoridades, y el Ministerio Público inició acciones para localizar a su primo. Sin embargo, no lograron encontrarlo y hasta el día de hoy continúa en paradero desconocido.
La violencia sexual contra las niñas está muy extendida en Paraguay, un país que además registra una de las tasas más altas de embarazo infantil y adolescente de toda América Latina. En la mayoría de los casos, cuando una niña queda embarazada es como consecuencia de una agresión sexual. Según datos del Ministerio de Salud, al menos dos niñas de entre 10 y 14 años dan a luz cada día.
A los cuatro meses de quedar embarazada Lili, la Fiscalía emitió una orden de protección que establecía su traslado a un centro de acogida en la capital del país, destinado a niñas que han vivido situaciones de violencia sexual. Como en su comunidad no existía ningún recurso similar, no tuvo otra opción que acatar la decisión.
Una vez más, fue separada de su madre y tuvo que enfrentarse a un proceso legal para denunciar a su agresor, un proceso que ella describe como abrumador. «Fue muy difícil cargar con todo ese peso emocional», comparte.
El camino fue largo, pero poco a poco Lili encontró la fuerza para afrontar su trauma y, gracias al acompañamiento psicológico, comenzó un proceso de recuperación.
«A medida que mi hija fue creciendo, perdí el miedo. Ella me dio fuerza y me mostró nuevos caminos. Pasé tres años en terapia, lo que me ayudó a volver a confiar en otras personas. Fue un proceso duro, pero aprendí a querer a mi hija y a quererme a mí misma», cuenta Lili.
Aunque hoy se siente mucho más fuerte, Lili todavía vive momentos de angustia y rabia. «No quiero que mi hija se separe de mí ni un solo momento. Vivo con el miedo constante de que le pase algo», confiesa.
Cuando Lili estuvo lo suficientemente recuperada para regresar a su comunidad, se unió a varias de las iniciativas que Plan International desarrolla en la zona. Actualmente participa de forma activa en talleres de crianza positiva, donde utiliza su historia como una herramienta de sensibilización para alzar la voz y prevenir que otras niñas vivan experiencias similares.
Los proyectos de Plan International buscan mejorar las condiciones de vida de niñas y adolescentes en comunidades rurales, donde están expuestas a mayores situaciones de riesgo. A través del acceso a una educación integral en sexualidad, trabajamos para reducir los embarazos en la adolescencia y los casos de violencia basada en género.
Hoy, con 17 años, Lili ha retomado sus estudios y sueña con convertirse en maestra para proteger y empoderar a otras niñas y mujeres jóvenes. Usa su voz con valentía y determinación para defender los derechos de las niñas y construir un futuro mejor. «Quiero enseñar a niñas como mi hija a que levanten la voz, para que nunca tengan que pasar por lo que yo viví».
*El nombre ha sido cambiado para proteger su identidad.