A pesar de que la mutilación genital femenina está prohibida por ley en Senegal, hay zonas del país con una prevalencia de más del 70%.
Las Escuelas de Padres buscan concienciar desde la propia comunidad, para que esta práctica desaparezca, gracias a la educación y el conocimiento.
En tres pequeñas aldeas del sureste de Senegal, cerca de las fronteras con Malí y Guinea, a unos 700 kilómetros de la bulliciosa Dakar, está teniendo lugar un movimiento cultural gracias al que mujeres y jóvenes que creen que tradiciones perjudiciales para ellas como la mutilación genital femenina ya no tiene cabida en el mundo moderno, se ven acompañadas e impulsadas por sus padres y esposos.
Como resultado, la práctica de la MGF ha desaparecido en gran medida en estas aldeas, siendo reemplazada por un entusiasmo por enviar a las niñas a la escuela.
Las cortadoras tradicionales, conocidas como bardiéli en el idioma local Pulaar, y numou nusso en Diakhanké, han abandonado esta profesión. Los abuelos y padres están convencidos de que las viejas tradiciones ya no son válidas, y las festividades del pueblo en las que se entregaba jabón, dinero y telas a las niñas recién mutiladas han cesado.
Este profundo cambio cultural se debe en gran medida a las actividades de concienciación del padre de Fatou, Bamba, y sus compañeros –vecinos, otros padres, líderes religiosos y comunitarios..-, todos ellos miembros de la Escuela de Padres local, que promueve la educación, la salud y la igualdad para las niñas.
Hace cinco años, cuando se establecieron las Escuelas de Padres, el jefe de la aldea, Abdourahmane, llevó a la comunidad a firmar un pacto para erradicar completamente la mutilación genital femenina, en colaboración con Plan International y sus socios.“El principal desafío fue el rechazo inicial de la comunidad. Me recordaron que mi esposa y mis hijas habían sido cortadas, entonces ¿por qué les imponía esto? Se aferraron a sus tradiciones. Pero con repetidas campañas de sensibilización y el apoyo de Bamba, estaban seguros de que no les diría algo que no fuera por su bien”.
Ahora que es mayor, la hija de Bamba, Fatou (16), a veces ayuda a su padre a presentar estas sesiones. “Cuando mi padre sensibiliza sobre la mutilación genital femenina, a veces me siento avergonzada. Mis amigos se burlan de mí y me dicen: “Oye, tu padre habla demasiado”. Pero estoy muy orgullosa de que mi padre defienda a las niñas y luche contra la mutilación genital femenina”, dice Fatou riéndose.
Como verdaderas beneficiarias de los esfuerzos de la Escuela de Padres, son las niñas del pueblo quienes tienen la última palabra. La adolescente Fatou comprende que el trabajo de su padre ha provocado un cambio profundo en su vida, un cambio que le permite prosperar como niña en una comunidad progresista que valora y da alas a sus hijas.
“La implicación de mi padre ha asegurado que no me sometieran a la mutilación genital femenina”, sonríe Fatou, mientras pasa el rato con sus amigas. “Me ayudó a evitar experimentar ese dolor. Ha tenido un impacto positivo en mi vida, mi salud y mi futuro”.