“Los niños y niñas refugiadas tienen derecho a seguir disfrutando de su infancia”

Sudán del Sur es el país de origen de 777.700 refugiados. Halima Mustafa es una de ellas: una profesora comprometida, madre y amiga de los niños y niñas del campo de refugiados en Uganda en el que vive desde 2014. Halima es conocida en todo el campo y las noticias sobre su labor han traspasado fronteras.

Todavía no ha cumplido los 30 años de edad, pero ya ha sobrevivido a dos guerras: la guerra civil que enfrentó a la población sudanesa en la década de los 90, y el actual conflicto que persiste desde diciembre de 2013 en Sudán del Sur. 

A día de hoy, no tiene ninguna garantía de volver a reunirse con su marido, a quien dejó en Sudán del Sur. Halima cuida de sus tres hijos como una madre soltera y fue precisamente verse en la obligación de encabezar una familia sola lo que la animó a ser voluntaria en el programa de Cuidado y Desarrollo de la Primera Infancia.

“Mi cariño por los niños y niñas nace de ver su lucha diaria. Quiero asegurarme de que todos y todas ellas, incluso los que han perdido a sus padres y se han quedado solos, pueden seguir recibiendo educación como los otros niños y niñas que tienen la suerte de crecer en entornos más normales”, explica Halima.

Halima confiesa que su pasión por la infancia radica en la creencia de que, como afirma un proverbio africano, para criar a un niño o niña hace falta la tribu entera. “Así que si puedo ayudar a los niños y niñas, a pesar de la situación en la que se encuentran, ése será mi granito de arena en su crianza”, dice Halima dulcemente.

Un rayo de esperanza para los niños y niñas

Halima llega al centro de Cuidado y Desarrollo de la Primera Infancia a las 7 de la mañana y trabaja con los niños y niñas durante cuatro horas, acompañándoles de vuelta a casa al final de las clases matutinas. Durante el tiempo en el centro, Halima utiliza materiales como arcilla, tapones de botella, botes vacíos y muñecos de trapo para involucrar a los niños y niñas en los juegos, escribiendo o cantando, aprendiendo literatura y matemáticas básicas.

“Los niños y niñas no sabían nada cuando llegaron desde Sudán del Sur, pero han aprendido a contar, a bailar, a peinarse y lavarse ellos mismos”, cuenta Halima. Se ha ganado su confianza y su cariño hasta tal punto que muchos de ellos la buscan cuando llega el fin de semana y el centro está cerrado.

Muchos padres y madres consideran que Halima es la persona que mejor cuida de sus hijos e hijas. “Cuando vienen a casa, nos relatan historias y nos cantan canciones que aprenden en el colegio”, dice una de las madres.

La excelente atención que reciben los niños y niñas anima a sus padres y madres a traerles al centro de Cuidado y Desarrollo de la Primera Infancia. Podría parecer una carga añadida a su difícil vida en el campo, pero Halima les acoge con los brazos abiertos y con actitud maternal.

“Algunos niños y niñas vienen con sus hermanos pequeños y se quedan jugando hasta que tienen hambre, entonces corren de vuelta a casa. Las madres aprovechan ese tiempo para hacer tareas domésticas”, explica Halima.

El centro de educación

En el último año, la escuela de Halima ha pasado de recibir 157 alumnos y alumnas a 230, porque muchos niños y niñas ahora quieren asistir a sus clases.

“Halima es una voluntaria extraordinaria. Está muy comprometida y hace todo lo necesario para que los niños y niñas estén cómodos y reciban la mejor atención y cuidados en el centro”, explica Dennis Okullu, experto en educación en emergencias de Plan International.

Dennis percibe cómo, más allá de las actividades académicas, Halima se da cuenta muy rápido de qué alumnos o alumnas son especialmente vulnerables en la comunidad y pasa inmediatamente a la acción poniendo al corriente tanto al personal de Plan International como a las autoridades del campo de refugiados.  

El papel de los padres y madres

Como parte del programa, los centros de Cuidado y Desarrollo de la Primera Infancia organizan sesiones en las que los padres y madres pueden debatir y aprender sobre temas relacionados con el bienestar de sus hijos e hijas. En total, 492 madres y 23 padres han recibido formación para el desarrollo y protección de la infancia en los establecimientos del campo.

Durante los encuentros, Halima comparte muchos consejos sobre higiene básica: cómo cepillar los dientes, lavar las manos, sonar la nariz, o bañar a los niños y niñas. También explica por qué es importante no asustarles ni pegarles. 

Los hombres también se han ido animando a unirse al movimiento y han comenzado a acudir a las sesiones. Esta iniciativa no sólo ayuda a los padres y vigilantes del campo a entender y asumir su responsabilidad, sino que ha mejorado significativamente tanto la seguridad como el valor que se le da a la educación de los niños y niñas.

Los padres y madres han contribuido con pequeñas cantidades de dinero a comprar clavos y madera de bambú para levantar vallas en torno de la escuela. Es habitual verles ayudando a construirlas, o encontrarles barriendo alrededor del centro, llevando agua a los niños y niñas y en ocasiones acudiendo a las clases con sus hijos e hijas.

Además del papel que desempeña cuidando a los niños y niñas, Halima anima a los miembros de la comunidad a llevarles al centro de salud para hacer revisiones y que puedan ponerse las vacunas que necesiten. Su labor desinteresada por todos los niños y niñas genera cada día palabras de cariño y gestos de agradecimiento entre todos los habitantes del campo.