Tras el terremoto de magnitud 7,7 en Myanmar, el director Humanitario Global de Plan International, el Dr. Unni Krishnan, comparte cinco aprendizajes clave para tener en cuenta y poder dar una respuesta eficaz ante crisis como ésta:
Casas derrumbadas y escombros ocupan ahora el lugar donde antes se encontraban comunidades prósperas. A su alrededor, niños y niñas asustados se agrupan, temerosos de la próxima réplica. Tras el terremoto de magnitud 7,7 que sacudió la región de Mandalay en Myanmar, los primeros informes indican que se teme que cientos de personas hayan perdido la vida.
Las fuertes sacudidas también se sintieron en Tailandia. Ambos países han declarado el estado de emergencia y Myanmar ha solicitado ayuda internacional. Los informes describen hospitales desbordados con supervivientes que presentan heridas graves y fracturas. Pueden pasar varios días hasta que conozcamos hasta qué punto llega la magnitud de la devastación.
Con años de experiencia trabajando junto a voluntarios locales y comunidades en zonas afectadas por terremotos en India, China, Irán, Japón, Afganistán, Haití, Turquía e Indonesia, he sido testigo tanto de la devastación única de cada seísmo como de la solidaridad humana que siempre emerge. Los terremotos transforman vidas y paisajes: nada vuelve a ser igual.
Aquí comparto algunas lecciones difíciles, aprendidas entre los escombros.
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La preparación y la prudencia pueden salvar vidas
“Las réplicas terminaron el trabajo que inició el terremoto principal”, me dijo una madre en Haití en 2010. El terremoto de magnitud 7 que golpeó el país caribeño estuvo seguido de más de 50 réplicas en solo dos semanas. Estas sacudidas, aunque secundarias, pueden convertir estructuras frágiles en trampas mortales. Predecirlas es casi imposible, pero la preparación y la cautela pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
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Apoyar, no reemplazar, a los actores locales
Los primeros en responder a una emergencia siempre son los voluntarios y voluntarias locales. En los primeros momentos, cuando cada segundo cuenta, son estas personas quienes, con sus propias manos, rescatan a los supervivientes de entre los escombros. Son la base de los esfuerzos de rescate, héroes reales y a menudo invisibles.
La ayuda internacional debe complementar, no competir, con los esfuerzos locales. En Nepal, tras el terremoto de 2015, mis colegas de Plan International me recordaron que el desastre era demasiado grande para que el país lo afrontara solo. “La solidaridad global es clave”, me dijeron. La asistencia externa debe respetar y fortalecer las iniciativas locales, no eclipsarlas.
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La ayuda humanitaria salva vidas, pero también es esencial el apoyo psicosocial
El acceso a alimentos, agua y suministros médicos puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. La asistencia en efectivo en emergencias es vital, ya que permite a las personas, especialmente a las mujeres, decidir con dignidad y flexibilidad cómo cubrir sus necesidades.
Pero no todas las necesidades son visibles y tangibles. El impacto psicosocial de un terremoto es profundo y duradero. En Irán (2003) y Japón (2024), vi cómo las réplicas agotaban la capacidad de afrontamiento de las personas. En la India, tras el terremoto de Gujarat (2001), muchos niños y niñas me contaban que tenían demasiado miedo para poder dormir. Sus madres me explicaron que se despertaban gritando por las pesadillas. Es fundamental garantizar apoyo psicosocial para la infancia y sus familias después de una emergencia.
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Proteger a quienes están en mayor riesgo: la infancia primero
Los terremotos afectan a todos, pero no por igual. Niños, niñas, personas mayores y personas con discapacidad enfrentan mayores riesgos. Los niños y niñas separados de sus familias son especialmente vulnerables y, en algunos contextos, las niñas corren aún más peligro debido a desigualdades preexistentes que se agravan en contextos de crisis.
Es crucial proteger a la infancia aislada en aldeas remotas, a quienes han quedado huérfanos y a las niñas expuestas a la trata y la violencia. Involucrar a la juventud en la respuesta humanitaria, y garantizar que las adolescentes tengan voz en la toma de decisiones, puede transformar y multiplicar los esfuerzos de la ayuda humanitaria. En Plan International, priorizamos la protección de la infancia, especialmente de las niñas, porque las emergencias amplifican sus vulnerabilidades y las convierten en blancos fáciles para la explotación.
Mi colega Paola Belotti, experta en protección infantil en emergencias, advierte que “los terremotos exponen a la infancia a riesgos inmensos: separación de sus familias, pérdida del hogar y vulnerabilidad a la violencia.” También recuerda que “cuando las escuelas colapsan, los niños y niñas pierden más que la educación; pierden seguridad, rutina y esperanza. Abrir espacios de aprendizaje y protección no es solo importante, es urgente.”
Estos espacios brindan refugio, apoyo emocional y una sensación de normalidad en medio del caos.
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Derribar un mito sobre los terremotos: no matan las sacudidas, sino los edificios inseguros
Es un mito común creer que los terremotos matan personas. En realidad, son los edificios mal construidos los que causan la mayoría de las muertes. Si un país cuenta con códigos de construcción sólidos y una infraestructura resiliente, las posibilidades de supervivencia aumentan significativamente.
Tomemos el terremoto de San Francisco en 2014 (magnitud 6,1): hubo carreteras dañadas y personas heridas, pero no se reportaron muertes inmediatas. En cambio, en Haití en 2010 (magnitud 7,0), murieron 220.000 personas. En Pakistán en 2005, 16.000 niños y niñas perdieron la vida cuando sus escuelas colapsaron. ¿La diferencia? Las normas de construcción, y su seguimiento.
Aún recuerdo los escombros en Nepal, el miedo en los ojos de los niños y niñas, los edificios centenarios reducidos a polvo. Pero en los lugares donde se refuerzan las estructuras y se invierte en prevención, la vida continúa. No es el tamaño del terremoto lo que define la tragedia, sino las decisiones y prevenciones que tomamos antes de que la tierra tiemble.
Compasión y solidaridad: la verdadera medida de la humanidad
La respuesta humanitaria debe preservar la dignidad de los supervivientes y seguir principios fundamentales, como los Estándares Mínimos Esfera. La protección de la infancia, la lucha contra la violencia de género y la seguridad de las adolescentes no son opcionales: son esenciales.
A lo largo de los años, he conocido a algunas de las personas más resilientes y altruistas en las zonas de desastre. Me recuerdan que invertir en las comunidades antes de que ocurra una catástrofe es la mejor manera de fortalecer su capacidad de resistencia. Así es como podemos romper el ciclo de vulnerabilidad y destrucción.
La ayuda humanitaria debe continuar mucho después de que las cámaras de televisión se apaguen. La solidaridad es un acto de humanidad. En un mundo interconectado, todos podemos marcar la diferencia compartiendo mensajes de apoyo, donando y defendiendo los derechos de la infancia y las niñas en emergencias.
Los terremotos dejan cicatrices profundas en la tierra y en los corazones. Siempre habrá miles de tareas urgentes, pero si hay un lugar por donde empezar, debe ser por los niños y niñas: son quienes más nos necesitan.
Cada terremoto multiplica el sufrimiento de los más vulnerables. Pero si actuamos con compasión y previsión, podemos evitar que se pierdan más vidas la próxima vez que la tierra tiemble.