Por primera vez en la historia, hay más gente viviendo en ciudades que en áreas rurales. De hecho, a día de hoy, más de la mitad de población mundial, el 55%, vive en zonas urbanas. Para 2050, se estima que haya 2.500 millones más de personas viviendo en las ciudades, lo que representa el 68% de la población mundial.
Si bien las zonas urbanas ofrecen, en general, mejores oportunidades educativas, económicas y laborales, lo cierto es que la vida en la ciudad puede llegar a ser muy hostil, con condiciones de vida muy difíciles: hacinamiento, pobreza, malas condiciones de vivienda y sistemas transporte público deficientes.
Las niñas, adolescentes y mujeres jóvenes de todo el mundo se enfrentan a un problema añadido por el simple hecho de ser niñas que les hace sentir especialmente inseguras y que, en ocasiones, puede arruinar sus vidas: el acoso callejero.
Cada día, cuando pasean por la calle, vuelven a sus casas del colegio, se sientan a leer un libro en un banco o se suben a un metro o autobús, las chicas se enfrentan a agresiones que se repiten en diferentes idiomas, pero un mismo lugar común: los espacios públicos.
El acoso callejero es tan habitual que el 49% de las jóvenes de todo el mundo lo han normalizado, según nuestro estudio “(In)seguras en la ciudad / (In)seguras en Madrid”, publicado en 2018. En España, la situación es similar y encontramos que una de cada cinco jóvenes que sufren acoso callejero lo ha normalizado y, además, la sociedad asiste impasible cuando ocurre: el 90% de las jóvenes que han sido acosadas en la calle aseguran que no recibieron ningún tipo de ayuda de quienes estaban presentes. Estas son algunas de las conclusiones de nuestro último informe “Safer Cities for Girls”, elaborado a partir de 879 experiencias de jóvenes de entre 15 y 25 años en Barcelona, Madrid y Sevilla.
¿Cómo podemos conseguir ciudades seguras y libres de acoso?
Prevenir y eliminar el acoso callejero y otras formas de violencia contra las niñas y mujeres debe ser una de nuestras prioridades y responsabilidades como sociedad. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de negarle a toda una generación su derecho a aprender, a vivir libres y a desempeñar un rol activo en su sociedad.
Las conclusiones de nuestros informes sobre acoso callejero, una temática en la que llevamos trabajando desde 2018, demuestran que las niñas y jóvenes se ven obligadas a cambiar sus conductas para evitar estas agresiones, cuando, en realidad, son los comportamientos y actitudes de los hombres y niños, y la complicidad de la sociedad, lo que debería cambiar.
Además de mejorar la legislación para prevenir, detectar, denunciar sancionar y erradicar el acoso callejero, desde Plan International consideramos esencial adoptar una serie de medidas con el objetivo de construir, entre todos los actores de la sociedad, ciudades en las que las niñas, adolescentes y mujeres se puedan mover con libertad.
En este modelo urbano, es clave la participación de ellas en la toma de decisiones; quienes ocupan cargos de autoridad y de poder, en todos los niveles, deben escuchar a las jóvenes y trabajar con ellas para aplicar medidas contra el acoso callejero. Pero no podremos lograrlo sin la otra mitad de la población: los chicos. Es fundamental cambiar las relaciones de poder e incluir tanto a los niños como a los hombres en la defensa de la igualdad, siendo agentes de cambio para acabar con prácticas que vulneran los derechos de las niñas y jóvenes, como el acoso, que ocurre con más frecuencia cuando ellos van en grupos grandes y ellas son más jóvenes y están solas. Pero no puede ser una forma en la que ellos se diviertan o refuercen sus vínculos, porque no es tolerable, porque da miedo, porque restringe la libertad y el derecho a la ciudad de millones de niñas y jóvenes.
La normalización del acoso callejero puede y debe acabar, y está en manos de cada uno de nosotros y nosotras conseguirlo. Desde Plan International defendemos que la igualdad de género no es solo un derecho fundamental sino una base necesaria para llegar a un mundo justo y próspero, y su defensa conjunta es la única manera de construir una sociedad igualitaria.