Adamasay, tiene 11 años, le encanta ir a la escuela y odia llegar tarde o perderse alguna clase. Sin embargo, como su escuela estaba en otra comunidad, a unos seis kilómetros de su casa, el trayecto a pie era agotador, especialmente durante la temporada de lluvias. “Iba andando a la escuela con mis amigos, pero cuando llovía mucho siempre nos empapábamos y llegábamos tarde a clase”.
Durante la temporada de lluvias, su madre y su abuelo solían darle hierbas locales para que no se enfermara, pero apenas podían darle comida. “Olvídate del hambre”, le decían. “A los niños pobres como yo, solo nos dan una comida diaria. Nuestros padres nos dan los restos de lo que comen el día anterior”.
Un día, los vecinos de esta pequeña comunidad agrícola del distrito de Port Loko, en Sierra Leona, decidieron construir una nueva escuela para que sus hijos e hijas no tuvieran que recorrer tantos kilómetros cada día para estudiar. “Nuestros padres y los ancianos de la comunidad fueron al monte, cortaron palos y hojas de palma y construyeron una gran estructura de madera. Una vez construida, empezamos a ir a clase allí”, cuenta Adamasay.
Dos profesores voluntarios ayudaban a dirigir la escuela y un grupo reducido de alumnos asistía a clase, pero, como no había ni pupitres ni sillas, los niños y niñas se sentaban en el suelo. Por otro lado, el edificio tampoco tenía puertas ni ventanas y los animales entraban a menudo en el aula durante las horas de clase. Al final del día, los y las estudiantes y los profesores volvían a casa sucios o llenos de polvo, y, a menudo, tenían tos porque el suelo estaba sin asfaltar.
Durante la temporada de lluvias, la escuela tenía goteras y, siempre que llovía, los libros se estropeaban. Además, al no haber letrinas, tanto el profesorado como el alumnado tenían que ir al monte, lo que hacía que hubiera brotes de cólera de forma frecuente en la comunidad. La falta de profesores cualificados también hizo que el nivel educativo empeorara.
En 2019, desde Plan International detectamos que la comunidad necesitaba apoyo y, en colaboración con las autoridades locales y el Ministerio de Educación, construimos una nueva escuela con tres aulas, una oficina para el director, mobiliario y baños. También facilitamos materiales didácticos adaptados a la infancia. Durante la ceremonia de inauguración, el centro se convirtió oficialmente en una escuela homologada por el gobierno.
Ahora, Adamasay estudia en un aula espaciosa y con ventilación. “Mis amigos y yo estamos muy orgullosos de nuestra nueva escuela”, nos dice. “Ya no nos preocupamos por llegar tarde o volver a casa sucios y llenos de polvo. Ya no hay goteras en el techo. Ahora me va muy bien en la escuela”.
A día de hoy, el centro ha aumentado el número de alumnos y alumnas, atrayendo a estudiantes de las comunidades vecinas. Algunas familias, incluso, se han mudado al pueblo solo para que sus hijos e hijas puedan asistir a la escuela.
“El objetivo del proyecto es que los niños y niñas de la comunidad tengan acceso a una educación inclusiva, equitativa y de calidad, para que estén mejor preparados”, explica Umu Kpange, director del programa de Port Loko de Plan International.