El aumento de la violencia y la inseguridad en Mali han derivado en una crisis social, política y económica sin precedentes que se ha visto agravada por la pandemia y que ha provocado desplazamientos masivos de la población. Desde 2018, se estima que hay alrededor de 750.000 personas desplazadas internas y unos 149.000 refugiados malienses en los países vecinos. Solo en 2020, casi 347.000 personas se vieron obligadas a huir de sus hogares con un único objetivo: sobrevivir.
Aminatou, de 14 años, reside en la ciudad de Tombuctú. A pesar de su juventud, ya ha vivido dos crisis de seguridad en su país, y recuerda cuando, en 2012, con apenas cinco años, tuvo que huir de su casa junto con sus padres después de que los grupos armados tomaran el control de su barrio y cerraran todas las escuelas.
“Ese día, mi padre no estaba en casa. Mientras él estaba fuera, unos asaltantes armados entraron al barrio. Cada vez que recuerdo ese momento, tengo miedo de alejarme de mi casa, aunque sean solo 100 metros”, cuenta Aminatou, cuya familia se trasladó a Mauritania, país en el que vivió durante seis años antes de regresar a Tombuctú en 2018.
Al igual que le ocurre a Aminatou, las consecuencias del conflicto armado y la crisis alimentaria están poniendo en peligro el futuro de millones de niños, y especialmente niñas. Ellas están en grave riesgo de sufrir hambre, violencia, explotación, abuso sexual, matrimonio infantil y embarazo precoz. Además, muchas niñas han abandonado sus estudios y su carga de trabajo ha aumentado: ahora se encargan de tareas como la recogida de frutos, el cuidado del ganado, así como el cuidado de sus hijos, hijas y familiares.
Miles niños y niñas han sido reclutados por los grupos armados o han tenido que huir de sus hogares, muchos de ellos solos, sin agua, comida, ni nada más que lo que llevan encima.
El aumento de las violaciones de los derechos de la infancia es alarmante, y más ahora que el país vuelve a estar sumido en el conflicto tras un reciente golpe de Estado. La situación humanitaria es compleja, frágil e inestable. Se estima que 5,9 millones de personas, muchos de los cuales son niños y niñas, necesitan asistencia humanitaria.
Casi la mitad de todas las muertes de niños y niñas menores de cinco años en Mali se deben a la desnutrición, que además puede provocar que los niños y niñas tengan problemas graves de salud derivados de enfermedades comunes como la neumonía, la diarrea o el sarampión, entre otras, porque su sistema inmunitario está muy debilitado por la falta de alimentos.
A todo esto, se le une, desde hace más de un año, la pandemia de la Covid-19, que ha empeorado la ya de por sí grave situación humanitaria y de seguridad en este país del Sahel. Ahora, la población no puede desplazarse para comprar o vender productos, por lo que apenas tienen ingresos para subsistir.
Cientos de miles de personas como Ada, madre de Assanatou y Roukiatou, dos gemelas de tres años, sobreviven gracias a la ayuda humanitaria de organizaciones como Plan International. Hace unos años, su situación era límite: “Mi leche materna no era suficiente para las dos bebés porque yo apenas comía”, explica Ada, quien fue remitida a uno de nuestros proyectos para hacer frente a la desnutrición en la región de Mopti, una de las zonas más peligrosas del país en la actualidad.
Hasta el momento, este proyecto ha llegado a 2.893 niños y niñas, así como a 8.005 mujeres que han aprendido sobre cómo alimentar a sus hijos e hijas con una dieta sana y nutritiva. Sin embargo, aún queda mucho trabajo por hacer, ya que la tasa de desnutrición ha empezado a aumentar de nuevo en la región debido a la ola de familias desplazadas por el conflicto.
También estamos repartiendo kits de higiene, con mascarillas, jabón y gel hidroalcohólico, así como kits escolares para animar a los niños, niñas adolescentes, a que sigan asistiendo a la escuela, al tiempo que se aliviaba la presión ecónomica que supone para las familias que sus hijos e hijas continúen con su educación.
“Doy gracias a Plan International por todo lo que está haciendo en nuestra región”, dice Aminatou. “También agradezco que nos hayan repartido kits de higiene, y sé que otras niñas también lo agradecen. Todas están motivadas para ir a la escuela. He aprendido mucho sobre nuestros derechos gracias a los talleres sobre protección de la infancia. Me ha gustado mucho recibir el kit de higiene menstrual porque ya no tendré que preocuparme por la gestión de mi menstruación. Podré hablar de ello con mi familia, algo que antes no podía hacer”, concluye Aminatou.