Nuestros cooperantes conocen de primera mano la triple tragedia del país asolado por la crisis económica y la violencia, donde la principal víctima es la infancia
Por Elisa Paz, especialista en ayuda humanitaria de Plan International en España
Ben se abraza a una pelota para enseñarme cómo se protege por las noches. Tiene once años y vive en la calle. “En unos minutos me caliento para dormir”, me dice.
Su padre murió en el frente en 2013 durante el conflicto que sigue desgarrando Sudán del Sur. Su madre nunca está en casa. La calle se ha convertido en su hogar.
A su lado está Naigg, de 11 años. “Yo duermo en casa con mis seis hermanos, pero no hay nada que comer”, me cuenta. Sale a mendigar a la calle cuando sale el sol cada día con la esperanza de conseguir comida.
Gido, de 17 años, lleva años viviendo en la calle y es otro de los alrededor de 30 chicos que se reúnen cada día con Bea y Naigg en este viejo puesto de un mercado abandonado.
Su nombre se traduciría como “abuelo” y su edad y su conocimiento de la calle le han otorgado el estatus de líder del grupo de niños. Gido se encarga de que coman y, si caen enfermos, de que reciban un tratamiento.
“Gido es nuestro hermano mayor”, me dice Naigg. “Tuve fiebre tifoidea y recaudó el dinero para conseguir que me trataran en el hospital”.
Pero conseguir ese dinero nunca es fácil. “Recogemos botellas usadas, las lavamos y las revendemos a los tenderos para que ellos las utilicen para vender aceite”, me explica Gido.
“Cuando no tenemos suficientes botellas, trabajamos como porteadores, ofreciéndoles a los tenderos llevar sus mercancías. También dependemos de los dueños de los comercios, que nos contratan para descargar pedidos”, cuenta.
Pero finalmente, Gido me confiesa que a veces no tienen “absolutamente nada de dinero”. Entonces mendigan. “Algunos hemos robado”, explica avergonzado.
La calle está llena de obstáculos y dificultades diarias para estos niños y jóvenes que deambulan por los mercados del condado de Torit, en Sudán del Sur, en busca de algo que llevarse a la boca.
“Prefería estar en la calle antes que quedarme en casa esperando una comida que nunca iba a llegar”, me dice Daniel, de 16 años, otro de los niños que lleva ya mucho, demasiado, tiempo viviendo en la calle.
No van al colegio. Algunos han perdido a sus padres y no soportan quedarse en casa porque nunca hay comida, al menos no para todos.
En todo Sudán del Sur, casi 7.5 millones de personas necesitan protección y asistencia humanitaria como resultado de las múltiples y graves crisis, incluido el conflicto que ya dura cuatro años, el hundimiento de la economía, las enfermedades y los cambios de clima, que han provocado desplazamientos, angustia, miseria y muerte. Y en esta situación, los niños y niñas son siempre los que más sufren.
Plan International trabaja en Sudán del Sur, donde está presente desde 2006, para asegurar que las familias puedan alimentar a los niños y niñas, garantizando el acceso a asistencia alimentaria y útiles básicos a las familias más vulnerables.
Jared Muyonga, especialista de protección infantil de Plan International en el condado de Torit, estima que hay más de 150 niños y niñas viviendo en la calle en esta zona.
“Las negligencias y la falta de cuidados llevan a los niños y niñas a vivir en la calle”, me dice. “La situación se agrava por el hambre”.
Muyonga explica que el Departamento de Bienestar Social de Sudán del Sur ha aumentado sus esfuerzos para incrementar la concienciación comunitaria sobre protección infantil y para que los municipios cumplan la Ley del Menor del país.
Todos los niños y niñas querrían estar en el colegio, incluido Gido, que solo pudo ir hasta primero de primaria.
“Si al menos supiera leer y escribir, podría conseguir un buen trabajo de adulto”, me dice. “Así, sin estudios, mi futuro es poco esperanzador”.