La vida de los jóvenes rohingya en Bangladés: hacinamiento y frustración en una crisis humanitaria olvidada

Letizia Hijazo, responsable de proyectos de Plan International España, relata de primera mano la vida de los jóvenes rohingya que huyeron de sus comunidades hace ya dos años.





Niñas rohingya en el campo de refugiados de Bangladés.

Llegué a Bangladés en mayo para visitar los campos de refugiados rohingya y las comunidades de acogida. Quería hacer un diagnóstico inicial del proyecto de educación en emergencias que Plan International España había empezado a implementar unos meses atrás como parte de la respuesta tras el éxodo masivo por el que más de 700.000 rohingyas se vieron obligados a huir de Myanmar a Bangladés en agosto de 2017. Dos años después, la población rohingya total en los campamentos del Cox´s Bazar asciende a más de 900.000 personas. De ellos, más de la mitad, el 55%, son niños y niñas cuyos testimonios pueden llegar a ser desgarradores.

Era mi primer viaje al país para apoyar al equipo local del proyecto en el inicio de las actividades, conocer de primera mano el contexto y los retos que enfrentan cada día niños, niñas y adolescentes. Para los profesionales humanitarios, es fundamental entender las particularidades concretas de cada crisis para desempeñar nuestro trabajo. 

Cuando llegué a los campamentos tuve una sensación contradictoria. Por un lado, me pareció que el espacio era más grande de lo que había imaginado y, por otro, me produjo bastante claustrofobia. Alrededor de los campamentos ves a niños y niñas jugando y pequeños negocios y tiendas que los rohingya han establecido en los bordes de la carretera a lo largo de estos dos años. Sin embargo, la realidad es que apenas se pueden mover. Es una sensación de apertura física pero no mental; una sensación de claustrofobia porque, en realidad, no pueden hacer casi nada: no pueden trabajar, estudiar ni tampoco hacer nada más allá de los límites establecidos. 

De hecho, una particularidad clarísima de esta crisis es la falta de espacio. El éxodo masivo de 2017 se produjo en unas condiciones terribles y el nivel de desesperación de la población rohingya era tan alto que les llevó a lanzarse con lo puesto, estableciéndose en lugares que en un principio eran temporales pero que han acabado siendo de larga duración.  

La mayoría de familias rohingyas viven en espacios extremadamente reducidos (algunas tiendas no tienen más de 4 metros cuadrados) lo que ha provocado, a su vez, que el acceso a la educación sea cada vez más limitado. A día de hoy, apenas existen centros educativos y esa misma falta de espacio impide que se pueden habilitar nuevos establecimientos que cumplan con los estándares mínimos requeridos.

Por eso, este nuevo proyecto de educación en emergencias de Plan International está impulsando un sistema alternativo de aprendizaje mucho más flexible y que pretende suplir esa falta de espacio. La idea es aprovechar al máximo los espacios ya existentes, impartiendo las clases en las tiendas más grandes. Cuando los niños y niñas no pueden salir de sus casas (en su mayoría mujeres adolescentes cuya libertad de movimiento está más limitada por miedo a su seguridad y factores culturales) la educación se acerca hasta ellas. Las y los tutores, quienes han recibido formación previa, llegan hasta las tiendas en las que viven para impartir los talleres, algo que genera una mayor sensación de seguridad y confianza a las jóvenes. 

Desde el sector humanitario, abordar esta crisis está siendo un reto bastante complejo debido a que, igual que hacemos en otras emergencias, en un principio empezamos a trabajar para aliviar el sufrimiento y salvar vidas, pero, con el paso del tiempo, se ha convertido en una situación de larga duración. De crisis de emergencia humanitaria ha pasado a ser una situación sostenida en el tiempo en la que hay que ofrecer unos servicios más duraderos con vistas a futuro; y no cabe duda de que el futuro de los que muchos denominan la generación perdida pasa por una educación de calidad.

Al principio, tuvimos una serie de entrevistas individuales y grupales con los niños y las niñas que estaban empezando a participar en las actividades del nuevo proyecto de Plan International. También tuvimos encuentros con niños, niñas y adolescentes beneficiarias de otro proyecto conjunto entre Plan International y Unicef que ya lleva un tiempo implementándose. Queríamos medir el impacto que estas actividades tienen en los niños y niñas para ver si había alguna diferencia entre unos y otros y, la verdad, sí la había. 

Los niños y niñas que ya llevaban un tiempo participando en este tipo de proyectos, algunos de los cuales nos manifestaron su deseo de ser policías o médicos, entre otras profesiones, mostraban una mejor capacidad de expresión que aquellos que no habían asistido a los talleres. Esto me animó y me hizo pensar que, gracias a esta iniciativa, dentro de unos meses podríamos percibir cambios positivos en los niños y niñas beneficiarias de este nuevo programa.

En general, cuando hablas con los y las refugiadas rohingyas, percibes que la mayoría tienen una sensación de alivio y seguridad en comparación con Myanmar pero, por otro lado, te cuentan que en los campamentos se tienen que enfrentar a otros retos y peligros como la inseguridad en las tiendas, el miedo a las inundaciones o los peligros durante sus desplazamientos a pie. 

Además, el nivel de frustración, sobre todo en las personas jóvenes, es muy alto porque tienen una gran preocupación sobre su futuro, sobre qué van a hacer en unos pocos años. Las chicas, aunque se mostraban más retraídas, también demostraban bastante frustración porque, aunque la mayoría de ellas quiere continuar con sus estudios, sus padres les obligan a quedarse en casa para que ayuden en las tareas domésticas y por motivos de seguridad. El 75% de las adolescentes rohingya refugiadas entrevistadas para un informe de Plan International ya contaron hace un año que sienten que no pueden tomar decisiones sobre sus vidas y el 97% aseguran tener que encargarse de las tareas domésticas, entre ellas la recogida de agua.