Este mes de mayo se cumplen seis meses desde que estalló el conflicto armado en Tigray, una región al norte de Etiopía, fronteriza con Eritrea. Hasta el momento, hay 2,2 millones de personas desplazadas y más de 60.000 han huido a Sudán intentando escapar de la violencia. En Plan International estamos trabajando en las zonas fronterizas para vigilar y prestar asistencia a las personas que cruzan la frontera, muchas de las cuales son niños y niñas en situación de vulnerabilidad.
Hawa Eltigani es, desde noviembre de 2020, nuestra compañera encargada de coordinar la respuesta de emergencia de Plan International en los puntos de entrada al vecino Sudán. A continuación, Hawa nos cuenta en primera persona cuál es la situación actual, qué estamos haciendo desde Plan International y qué falta por hacer para garantizar las necesidades básicas de las personas recién llegadas a este país fronterizo.
“Al principio, nuestros esfuerzos se centraron en salvar vidas. Muchas de las familias llegaban sin nada. Las madres llevaban a sus hijos a la espalda y nada más. Estaban enfermos y hambrientos. Con la ayuda de otras organizaciones humanitarias, identificamos a los niños y niñas más vulnerables, les ofrecimos asistencia, y los derivamos a atención médica urgente si lo necesitaban.
Ahora, nuestros esfuerzos se están centrando en atender algunas necesidades más específicas como instalar puntos de agua, saneamiento e higiene (WASH) o garantizar que la infancia esté protegida. Muchos niños y niñas llegan a Sudán solos; sin ningún miembro de sus familias. Por eso, trabajamos, junto con otras organizaciones, para reunificar a las familias y ofrecer atención psicosocial a los niños y niñas.
Es muy duro ver cómo las familias bajan de los barcos. Muchas están cansadas, hambrientas, heridas. La mayoría nos dicen que han perdido a varios miembros de sus familias. Hay muchos llantos y gritos. La gente está frustrada.
Un día, hablando con una mujer, me contó que la última vez que, en 1974, cuando tenía seis años, tuvo que refugiarse en Sudán. Recuerda que llegó con su madre, que estaba muy angustiada. Años después, no podía creerse hacer ese mismo viaje, pero esta vez como madre; con sus propios hijos.
Un grupo de tres hermanas de entre 5 y 15 años que llegaron juntas a Sudán, nos contó que cuando oyeron los disparos empezaron a correr. Se alojaron juntas en un centro de acogida, pero al poco tiempo las separaron para llevarlas a cada una a un centro diferente. Ahora mismo, estamos intentarlo reunirlas de nuevo…
La atención sanitaria está colapsada. Muchas de las personas que llegan están enfermas y/o heridas y necesitan asistencia inmediata; necesitan medicinas y no hay suficientes. Sólo hay un centro de salud con una sala, cinco camas y pocos trabajadores.
Hombres y mujeres se ven obligados a utilizar las mismas letrinas y duchas. Las niñas y mujeres se enfrentan a la falta de privacidad; de iluminación y de seguridad. No encuentran espacios seguros para cambiarse de ropa o gestionar su higiene menstrual. A esto se suma la falta de ropa, ya que la mayoría huyó de sus casas de un día para otro, sin nada. En los campamentos hay una verdadera necesidad de ropa, zapatos y mantas.
En el campamento de Umrakoba, en la frontera entre Sudán y Etiopía, y en los centros de tránsito de Hamdayait, donde las familias se asientan por primera vez, nuestra organización está dando prioridad a la protección de la infancia y a facilitar el acceso a agua, higiene y saneamiento, así como a sensibilizar sobre la COVID-19. Más de 3.700 niños y niñas se benefician cada semana de nuestra respuesta”.