Cómo el apadrinamiento genera esperanza y alegría en la vida de los niños y las niñas

A sus 10 años, Melissa dice que no recuerda el día en que fue inscrita como niña apadrinada, ya que era muy pequeña. Su madre cuenta que todo comenzó con una invitación de un voluntario en 2013 que trabajaba para Plan International en la provincia costera de Manabí, Ecuador. 

Unos meses más tarde, en abril de 2014, la familia recibió la feliz noticia de que Melissa tenía un padrino. Desde ese momento, se inició una relación de amistad. Melissa empezó a escribir cartas a sus padrinos porque quería conocer mejor a la pareja que la había apadrinado. Dice que le gustaba saber más sobre sus vidas y sus aficiones. 

“Lo que más me gusta de ser una niña apadrinada son las oportunidades que nos brinda a mí y a mi familia. Quiero ayudar a mis padres”, explica. Los niños y niñas que formamos parte del programa de apadrinamiento de Plan International solemos participar en las actividades que la organización lleva a cabo en las comunidades”. 

Melissa dice que se compromete con cualquier actividad en la que participa. Es una niña brillante y trabajadora, y quiere mucho a su familia. Su madre, Yessenia, de 27 años, su padre, Juan Pablo, de 34, y su hermano mayor, Paulo, de 11, están muy orgullosos de sus logros y la apoyan en su lucha por la igualdad. 

“Las tareas domésticas deben repartirse entre todos los miembros de la familia. Mi padre trabaja en la agricultura, cosechando cultivos verdes y yuca. Cuando mi hermano y yo no estamos en la escuela, salimos todos juntos a cuidar los cultivos, lo que agiliza el trabajo y nos permite compartir más tiempo juntos”, nos cuenta Melissa. 

Melissa continúa escribiéndose cartas con sus padrinos y dice que ha aprendido mucho de este intercambio. “He conocido una cultura y unas tradiciones diferentes que me ayudan a entender mejor el mundo. Mis padrinos son una pareja que vive en Alemania, pero que es originaria de Francia. Me dicen que les encanta venir a Ecuador de vacaciones en familia”. 

Melissa siempre soñó con conocer a sus padrinos, algo que se hizo realidad cuando tenía 7 años. “Recuerdo que fue una gran sorpresa, fue una experiencia emocionante porque mis dos padrinos hablaban español y les gustó mucho donde vivía. Dijeron que les gustaría volver a visitarme algún día y me prometieron volver cuando esté en primero de secundaria”. 

Mientras sonríe, Melissa quiere transmitir a los niños y niñas que forman parte del programa de apadrinamiento que siempre existe la esperanza. “Me gustaría dar las gracias a los padrinos y madrinas, ya que cada donación que hacen se transforma en esperanza, alegría y una oportunidad para mejorar el bienestar de la vida de los niños, niñas y sus comunidades”.