En el mes de septiembre una colega nos alertaba a través de un canal comunicación interna de Plan International de un hecho que había tenido lugar el 31 de agosto de 2025: Una aldea llamada Tarsin, en el oeste de Sudán, había prácticamente desaparecido. El ganado, los cultivos, las casas, incluso familias enteras, habían sido enterradas bajo el lodo.
Un deslizamiento de tierra, según datos oficiales, mató a entre 375 y 1.000 personas. Unas lluvias extremas acumularon agua en las montañas de alrededor de la aldea, lo que terminó provocando un deslizamiento de tierras que sepultó la aldea entera.
Una catástrofe local ignorada y desconocida como muchas otras que tienen lugar en África. Pero en este caso tiene algunos elementos que han hecho que considere necesario escribir este artículo.
La aldea está en una zona montañosa controlada por el Ejército de Liberación de Sudán, y son esas montañas una zona clave del conflicto que existe en Sudán. Precisamente eso originó que, en lugar de movilizarse la ayuda necesaria, se diera una guerra de cifras sobre el número de víctimas. Si ya era altamente complicado hacer llegar algo de asistencia, si el primer obstáculo es un conflicto sobre si sobre eran 375 víctimas o 1000 me hizo resurgir una primera reflexión que no es nueva ni la primera vez que la hago.
Cuando a principios de la década de los 2000 el concepto de crisis olvidadas se configuró como marco político y común para definir algunas crisis humanitarias, lo que estábamos haciendo es poner nombre a quien no sabemos que existen. Recuerdo que en julio de 2004 durante la primera visita oficial del Gobierno de España a Haití en plena crisis por la huida del país del presidente Haristide fue la primera vez que escuché oficialmente el concepto de crisis olvidadas.
La historia de la aldea Tarsin en Sudán es el olvido crónico en este caso, además, sepultado por el lodo. Son los desastres naturales en medio de una guerra, es la guerra en medio de los desastres naturales. Olvido, lodo y guerra es la ecuación donde se ubica la aldea Tarsin.
En Sudán todos los niveles e indicadores extremos y críticos de vulnerabilidad y riesgo para la infancia son extremos. Es un récord superado por otro récord. De poco sirve tener consolidado el título de la mayor crisis humanitaria del planeta. De poco sirve que hasta los grupos rebeldes que controlaban Tarsin lanzasen una petición de ayuda al ver que la aldea quedaba sepultada por el lodo. De poco sirve ser una crisis olvidada, sepultada por el lodo y asediada por la violencia.
Y es en ese “poco sirve” donde organizaciones humanitarias como Plan International tenemos sentido. Por eso y aun tardando los equipos de Plan International ocho largos días en llegar a Tarsin desde Tawila, primero en coches y luego con camellos y burros, hicimos que ese poco fuese hacer llegar toda la ayuda que pudimos de primera respuesta humanitaria. Lo hicieron después de ocho días y pasando siete puestos de control donde hasta los propios grupos rebeldes que controlan el territorio permitieron que llegasen los equipos humanitarios de Plan International.
Lo que encontraron los equipos humanitarios de Plan International y otras pocas organizaciones humanitarias que lograron llegar, fue sencillamente atroz. Ni una gota de agua potable disponible, familias durmiendo protegiéndose de la lluvia con trozos de piedra y hierba. No hacía falta medir los indicadores de desnutrición, bastaba con mirar los cuerpos de los niños y niñas, donde uno de cada cinco estaba en situación crítica.
Por eso, la historia que hay detrás de la aldea de Tarsin no es solo una tragedia. Es la historia de las crisis olvidadas y la historia de lo que estas crisis representan las organizaciones humanitarias.
David del Campo
Director Incidencia, Comunicación y Campañas. Plan International España


