Siempre intentando escribir y narrar desde el respeto, la consciencia y el privilegio de que mi experiencia hace referencia a un viaje que solo roza la realidad desde un lugar diferente y que no pretende equipararse a la verdadera vivencia de las personas que conviven día a día con el conflicto.
Para conocer la realidad del que vive al lado tienes que llamar a la puerta y preguntarle cómo está. Para conocer la realidad de un país tienes que coger un avión (o quizá dos), cruzar la frontera y preguntar a la gente cómo están, cómo se sienten.
Para entender la realidad de Ucrania, al igual que la del resto de países y zonas en conflicto o en situación de latente inestabilidad, no basta con suscribirse a todos los medios digitales y leer las tendencias de Twitter cada mañana. La inmediatez de la información, con todo lo bueno y lo malo que trae consigo, condiciona nuestro juicio y nuestra forma de entender el mundo. La ciudad de Kyiv y el azul y amarillo representan el simbolismo mediático de un conflicto que empezó el 24 de febrero de 2022, y que sigue latente hasta día de hoy. Kyiv se presenta como ese fuerte amurallado con la palabra resistencia ondeando por encima de todas las cabezas y con una población que se niega a pausar sus vidas.
Durante el mes de enero he tenido la oportunidad de vivir en la ciudad de Kyiv para trabajar con el equipo de Plan International en Ucrania. A pesar de despertar bajo cielo ucraniano durante 27 días, mi realidad no se acerca lo más mínimo a la de las personas que tienen allí su vida, o a la de todas aquellas que tuvieron que dejarla para buscar un sitio mejor
Para contextualizar, el país cuenta con sirenas antiaéreas que se activan cada vez que se detectan vuelos de bombarderos estratégicos rusos con la consecuente amenazas de ataque con misiles. Se activan por “oblast”, es decir, por territorio y emiten un ruido exactamente igual al que se nos viene a la cabeza cuando visualizamos una película bélica o que anuncia el fin del mundo. Cuando se detecta algún dispositivo en el espacio aéreo dentro de territorio ucraniano, la alarma se enciende con un sonido lo suficientemente fuerte y con una voz que te dice que vayas al refugio más cercado y, textualmente, “your overconfidence is your weakness”. En el momento que suena, significa que estás bajo alerta de misil, lo que no siempre significa que haya una ofensiva, pero tienes que estar en un lugar seguro, o lo más importante, con un techo encima de ti. En el momento que los servicios de seguridad o militares consideran que el posible peligro ha pasado, la alarma vuelve a sonar con el mismo ruido que antes, pero esta vez para avisarte de que vuelves a estar “a salvo”.
El día a día en Kyiv es confuso, experimentas una dualidad que tu cabeza no es capaz de asimilar a veces. Te levantas, desayunas y vas a la oficina con guantes y gorro porque está nevando, te sientas en tu mesa y empiezas a trabajar. Y de repente, suena la alarma. Te paras, miras a tus compañeras y sigues trabajando. Estás atenta por si es necesario bajar al refugio. Normalizas que no siempre tienes que ir, solamente cuando la situación sube de nivel y ya no es una opción tener que bajar, si no una obligación.
Durante las 3 semanas que he estado allí, afortunadamente solo he bajado al refugio una vez, aunque he convivido con un número de alarmas casi diarias que me es imposible recordar. Cuando la alerta de misil suena hasta cuatro veces al día durante casi 365 días, forma parte de la rutina, se convierte en un nuevo despertador que puede sonar a cualquier hora del día pero que no puedes apagar. Empiezas a entender por qué la gente normaliza ese sonido, o más bien, normaliza el conflicto. El mundo no se para y la sociedad tampoco puede hacerlo. Se superponen a ello, lo quitan del medio con la única intención de querer seguir viviendo con normalidad. Comprendes que la gente en Kyiv no puede dejar de vivir su vida para estar en un bunker 12 horas diarias esperando a que sea seguro caminar por la calle. Aceptan vivir de la única manera que se le está permitido vivir, con una linterna en el bolsillo siempre, porque no hay iluminación pública, con el ruido constante de los generadores por las calles para que los comercios tengan electricidad, con agua y algo de comer siempre contigo por si tienes que estar metida dentro del metro hasta que la alarma vuelva a apagarse. Y con un sentimiento constante de exceso de confianza ante la situación.
Pero cuando hablamos de esta dualidad extraña y hostil, hablamos de una ciudad que ocupa los titulares de los periódicos pero Kyiv no es Kharkiv, oblast al noroeste de Ucrania y frontera con Rusia. La realidad de territorios como Kharkiv, Donetsk, Mariupol o Mykolaiv es mucho más extrema. La hostilidad está latente y la incapacidad de poder seguir con tu vida es la realidad a la que la población no puede hacerle frente. Infraestructuras completamente destruidas, dañadas, servicios públicos inaccesibles o inexistentes. Las escuelas son uno de los servicios públicos que más dañados se han visto ya que han servido de objetivo o han sido calificadas como “daños colaterales”.
En Kharkiv la totalidad de las escuelas son inaccesibles y no existe la educación presencial desde el inicio del conflicto. En Mykolaiv, Oblast al sur de Ucrania, de todas las escuelas que trabajan (437 en total), sólo 8 utilizan la modalidad presencial, 381 la modalidad a distancia y 48 la modalidad mixta. La realidad para la mayoría de niñas, niños y adolescentes es que se han visto privados de su educación.
La escuela es un espacio seguro al que todas las niñas y niños deben tener acceso en cualquier situación, pero especialmente en aquellas situaciones de latente inestabilidad e inseguridad. La educación es una herramienta fundamental para asegurar el bienestar de la infancia y privar de su acceso supone una violación de los derechos fundamentales de niñas y niños. Ir a la escuela no se trata solamente de un proceso de aprendizaje en términos académicos sino también en el desarrollo socio cognitivo de las niñas y niños que comparten un espacio común que les permite expresarse, sociabilizar y crecer de manera conjunta.
Proporcionar espacios seguros para la infancia y centro de aprendizaje es uno de los objetivos principales para Plan International y que lleva poniendo en práctica a lo largo de los años. Por ello, contribuir a mejorar el bienestar de la infancia y apoyar la continuación de la educación en Ucrania es una prioridad en estos momentos.
Respuesta de Plan International
Tras el estallido del conflicto en Ucrania el 24 de febrero de 2022, puso en marcha una respuesta en Polonia, Moldavia, Rumanía y, posteriormente, en Ucrania. A través de socios locales e internacionales, estamos desarrollando programas que se centran en la protección de la infancia y la educación en situaciones de emergencia, pero también en la salud mental y los servicios psicosociales, la asistencia en efectivo y la preparación para el invierno.
Actualmente, Plan International está presente en 15 de las Oblasts de Ucrania con varios proyectos. A través de ellos se apoya a niños, niñas, adolescentes y sus familias afectadas por el conflicto con la expansión de los centros de apoyo asociados y el establecimiento de equipos móviles para proporcionar protección infantil, así como servicios de salud mental y apoyo psicosocial. Teniendo en cuenta el contexto y la situación geográfica, Plan International está presente en Donetsk y Kharkiv con el objetivo principal de apoyar a las personas en mayor situación de vulnerabilidad a sobrevivir al invierno, pero también informarles de los procedimientos de evacuación en las situaciones de constante inestabilidad.
El proyecto “Espacios Seguros”, financiado por la Agencia Española de Cooperación International para el Desarrollo, pretende reforzar la resiliencia y el bienestar del alumnado, así como la capacidad de respuesta psicosocial de 400 escuelas durante el conflicto en toda Ucrania. Además, estamos desarrollado un programa de formación para ofrecer apoyo psicosocial a las escuelas ucranianas afectadas por la guerra. El programa comenzó en enero de 2023 y se impartirá en 12 meses y se espera que llegue directamente a 3.000 niños y adolescentes, 2.500 profesores, 100 psicólogos/as escolares.
La infancia es un derecho y aprender a vivir bajo la inseguridad y la inestabilidad no es tarea que les corresponda a ningún niño o niña en ninguna parte del mundo.