Raquel: de niña apadrinada a trabajadora de Plan International

Raquel fue una niña apadrinada por Plan International. Cada mes, recibía cartas que le “gustaban mucho”. Desde hace siete años, trabaja en Plan International, donde ha ocupado varios cargos en relacionados con la Cooperación Internacional. 

“Mi trabajo como Gerente de Programas de Emergencia en Plan International Ecuador me encanta, pero mi historia en la organización va más allá del trabajo. Nací en la comunidad Marcopamba, en la provincia de Bolívar, en la sierra ecuatoriana.  

Marcopamba es una zona muy verde, llena de cultivos de maíz. Ahí viven unas 50 o 60 familias que se dedican a la agricultura y la ganadería. Como en todo pueblo pequeño, tenemos una escuelita, una casa comunal y una iglesia. Con los años, hemos logrado tener un sistema de agua potable y de regadío. 

Yo fui una niña apadrinada por Plan International. Recuerdo que cada mes, me dejaban cartas y detalles de mis tres madrinas, que me enviaban pegatinas que me gustaban mucho, porque eran una novedad para mí. Yo también les enviaba cartas de agradecimiento para decirles que sí recibía estos detalles. Para mí era muy bonito esperar esas cartas. 

Después de un tiempo dejé de ser apadrinada, porque mi hermana pasó a serlo y no podía haber dos personas de la misma familia participando en el programa. Entonces comencé a ayudarle a mi padre, que era voluntario de la organización. Juntos tomábamos datos de los censos que se hacían a las familias, una vez al año, para que los niños y las niñas participaran en los proyectos comunitarios. 

En la universidad estudié Gestión de Riesgos y Administración para Desastres. Así, poco a poco, me fui involucrando en el mundo de la Cooperación Internacional, en diferentes organizaciones. Aprendí mucho de grandes maestros que llegaron a mi vida, hasta que pude ingresar a trabajar en Plan International Ecuador. Yo ni siquiera me imaginaba que podría hacerlo, porque sabía que se requieren perfiles altos. Hace más o menos siete años trabajo aquí.  

Primero entré como técnica de un proyecto de preparativos de emergencias y desastres de la Unión Europea, implementado por Plan International Ecuador en asociación con el Ministerio Coordinador de Seguridad y la Secretaría de Acción de Riesgos; luego, asumí el rol de gerente de ese proyecto. 

En Plan International Ecuador también se abrió un puesto para asesoría de gestión de riesgos y cambio climático, y me postulé. Fui seleccionada y mi responsabilidad era dar asistencia técnica a los colegas en campo. Este trabajo me gusta mucho. 

En 2018, comenzó a llegar la migración venezolana a Ecuador. Desde Plan International Ecuador atendimos a esa población: entregamos kits de alimentos, higiene y abrigo a las personas que arribaban al terminal terrestre de Carcelén, al norte de Quito. 

Recuerdo que conformamos un grupo de organizaciones para habilitar un albergue temporal, en Quito, para las personas migrantes, que se llamaba La Gran Sabana y era una iniciativa con la empresa privada. Las personas que llegaban caminando recibían alimentos y kits de higiene, podían descansar y continuar su camino. Muchos iban hacia Perú.  

Llegó un momento en que el funcionamiento del albergue ya no pudo continuar, pues necesitaba personal especializado y se mantenía con redes de voluntarios. Seguimos dando ayuda a los migrantes de otras formas, hasta que llegó la pandemia de la covid-19, en 2020.  

Entonces me asignaron la Gerencia de la Respuesta para el Covid-19. Ahí dimos alivio a todas las necesidades de la población afectada por la pandemia, tanto la ecuatoriana como la migrante. Se consolidaron consorcios con otras organizaciones para entregar kits de alimentos e higiene y pudimos llegar al 100% de las familias patrocinadas por Plan International Ecuador. 

 Recuerdo que los colegas de campo nos hacían llegar los mensajes de gratitud de las familias de las zonas más remotas a las que asistimos. Para mí, esos mensajes eran el motor para soportar las horas de trabajo extenuantes. En mi caso, combinaba el tiempo con el cuidado de mis pequeños hijos. 

Me encanta el trabajo de asistencia humanitaria porque puedo aliviar el sufrimiento de las personas. Sé que las familias en emergencias o desastres pasan situaciones realmente fuertes. Sé que es difícil, pero los voluntarios buscamos aliviar ese malestar, al menos, a través de una ración de comida. 

La acción humanitaria es ayudar a las personas pensando que podríamos ser nosotros mismos. En algunas ocasiones he invitado a mis hijos para que me acompañen a alguna actividad. Estoy convencida de que podemos alcanzar un mundo más justo si trabajamos con los niños y niñas. Mi hijo de nueve años es el que más se ha involucrado, él conoce mi trabajo y le gusta ayudarme a atender a las personas que más lo necesitan. Siempre estamos llevando cosas o juguetes en buenas condiciones para compartir.