COP30. Soluciones locales para una crisis global.

Del 10 al 21 de noviembre se está celebrando en Belém (Brasil) la COP30, el evento anual que reúne a líderes, organizaciones y representantes de la sociedad civil en torno a una cuestión que afecta de manera transversal a todo el planeta: la crisis climática. 

Este año, la Conferencia de las Partes es una prueba para ver si los líderes pueden convertir los compromisos en resultados tangibles. Está en juego la confianza y la voluntad política que es necesaria para proteger, empoderar y preparar a las generaciones actuales y futuras. En este sentido, los niños, las niñas y los jóvenes de hoy lideran la carga de la justicia climática, defendiendo su propio futuro y el de las generaciones venideras, y reclaman a los líderes mundiales que escuchen sus reclamaciones y cumplan sus promesas. 

“Como jóvenes que viven en la primera línea de la crisis climática, llevamos el peso de los futuros trastocados, pero también la determinación de dar forma a soluciones que sean justas, inclusivas y duraderas”. – Faith, 21 años, Sierra Leona, lidera la Declaración de la Juventud COP30 

De cara a esta cumbre, Plan International pone de relieve sus prioridades: ampliar la financiación climática que llegue a niñas, jóvenes y comunidades en mayor riesgo; defender el liderazgo de las niñas y los jóvenes e integrar la equidad intergeneracional en los resultados de la cumbre; adoptar y dotar de recursos a un Plan de Acción de Género reforzado; y promover la resiliencia social y una transición justa para las generaciones futuras. 

En este contexto, la historia de Paul y Taran muestra cómo, muchas veces, las soluciones a la crisis climática surgen de darle peso a lo local, de generar impacto desde las comunidades, manteniendo un enfoque que priorice al planeta mediante una aproximación ecologista a las tareas diarias:  

  

En una aldea tranquila de la isla de Lembata, en Indonesia, Paul y Taran, dos jóvenes de 20 años, están dando forma a nuevos bancales en su pequeño huerto gracias a un programa de capacitación en agricultura climáticamente inteligente de Plan International. Desde entonces, no solo cultivan tomates y berenjenas en su parcela de diez metros cuadrados, sino que están sembrando la esperanza y las semillas de su futuro. 

Tener un trabajo remunerado a largo plazo no era una opción porque su educación formal terminó al acabar la escuela secundaria, y no había oportunidades laborales estables en la zona. “Recuerdo que en ese entonces me sentía perdido”, dice Paul, haciendo una pausa entre las hileras de plantas. 

“Cada día pasaba sin ningún fin.” Taran asiente, sonriendo levemente mientras recuerda aquellos días. “Incluso pensamos en mudarnos, tal vez buscar trabajo en la ciudad”, cuenta. “Pero acabábamos de terminar la secundaria, así que pasábamos los días entrenando y manteniéndonos en forma.” 

Un día, Plan International llegó a su aldea con un programa de capacitación en agricultura climáticamente inteligente para jóvenes. El programa estaba diseñado para quienes aún no habían encontrado un trabajo estable o un camino a seguir, y tenía como objetivo reconstruir la relación de los participantes con la tierra y revivir la agricultura como un medio de vida digno y valioso. 

Paul y Taran se inscribieron sin muchas expectativas y durante tres días aprendieron habilidades prácticas, como elegir semillas de buena calidad, elaborar fertilizante orgánico y gestionar las cosechas de forma eficiente. Al finalizar la capacitación, cuando se alentó a cada participante a crear un plan de acción, Paul y Taran comenzaron un pequeño huerto en un terreno detrás de su casa. 

“Pensamos que sería solo un curso corto, pero resultó ser mucho más. Recibimos tutorías continuas, además de herramientas básicas de cultivo, como redes, regaderas y semillas de tomate y berenjena. Empezamos a plantar justo después de que terminara la capacitación, usando las semillas que nos había dado Plan International.” 

Han pasado ya cinco meses desde que iniciaron su huerto. Ahora tienen cuatro bancales con 131 plantas de tomate y tres con 118 berenjenas. Venden las verduras frescas a los habitantes de las aldeas cercanas. Desde su primera cosecha, han ganado alrededor de 2,5 millones de rupias (unos 150 dólares estadounidenses) en total. Puede parecer una cantidad modesta, pero es un logro inimaginable para dos jóvenes que nunca pensaron que podrían obtener ingresos de un pedazo de tierra detrás de su casa. 

Paul y Taran no solo se han convertido en jóvenes agricultores, sino también en una inspiración para sus compañeros. Además de sus ingresos, han aumentado su confianza en el trabajo que hacen. 

El gobierno de la aldea pronto notó su progreso. “Vimos su dedicación. No lo hacían solo por hacerlo. Este es un verdadero ejemplo de compromiso y trabajo duro”, dice Muslimin, el jefe del pueblo. En reconocimiento a sus esfuerzos, el gobierno local les otorgó una subvención de tres millones de rupias para ayudarles a ampliar su huerto, agregar nuevos cultivos y comprar más herramientas agrícolas. 

No obstante, el apoyo no terminó ahí. La administración del pueblo también compartió una propuesta a largo plazo: si el huerto de Paul y Taran continúa creciendo y produciendo un suministro constante de verduras, podría designarse como proveedor oficial local de un programa gratuito de alimentación escolar nutritiva que se está desarrollando a nivel subdistrital. Esto significa que Paul y Taran podrían formar parte de la cadena de suministro alimentario local, contribuyendo directamente al bienestar de la comunidad y fortaleciendo la seguridad alimentaria de la zona. 

“Nunca pensé que cultivar tomates y berenjenas podría llevarnos tan lejos”, dice Paul, con los ojos brillantes de orgullo. “Antes solo ayudaba a mis padres a plantar maíz. Ahora puedo gestionar mi propio huerto. Al principio íbamos de casa en casa vendiendo verduras, pero ahora la gente viene directamente al huerto a comprarnos.” 

Hoy en día, sus mañanas comienzan con un propósito. Se despiertan con un plan, siguen su calendario de siembra, establecen metas de producción y se preparan para ampliar su parcela. Más allá de eso, están implementando un sistema mediante la práctica de agricultura orgánica, rotación de cultivos y registros financieros simples para seguir su progreso. 

Actualmente están aprendiendo a elaborar compost natural y han empezado a construir un pequeño vivero con bambú y plástico reciclado. “Queremos que nuestras verduras sean saludables y libres de químicos”, explica Taran. “Eso también las hace más valiosas cuando las vendemos en el mercado”.

Aunque la historia de Paul y Taran no llega a los titulares nacionales, en un momento en que el mundo habla de migración a zonas urbanas, desempleo juvenil e inseguridad alimentaria, estos dos jóvenes ofrecen una visión diferente: se puede construir un futuro justo donde uno está. 

No todos los sueños tienen que empezar en una gran ciudad. A veces, un sueño solo necesita ser plantado, regado y cuidado en un pequeño huerto detrás de tu casa.