En el centro de Gaza, dentro de una cafetería transformada en un espacio de aprendizaje, 200 niños y niñas están redescubriendo la alegría de aprender.
Desde hace casi dos años, los colegios en Gaza han sido destruidos, dañados, o convertidos en refugios para familias desplazadas, por lo que los niños y niñas que asisten a este nuevo proyecto de Plan International llevaban sin sentarse en un aula desde 2023. Muchos de ellos están viviendo en tiendas de campaña, la mayoría se han desplazado en múltiples ocasiones, y han perdido a padres, hermanos, hermanas, amigos o vecinos. La mayoría lleva consigo el peso del dolor que atraviesan.
En el seno de este centro improvisado de educación y apoyo, algo inimaginable está pasando. “Por supuesto que la guerra nos ha afectado a todos, pero es muy duro ver a los niños y niñas en las calles, tratando de encontrar comida o trabajar. No es su responsabilidad. Han perdido su infancia, y quería contribuir a devolverles la esperanza”, dice Nadosh*, una parte del equipo de Kotof El-Khair, socio de Plan International detrás de este proyecto.
El proyecto incluye a 200 niños y niñas de entre 8 y 11 años. Están divididos en dos grupos; y cada grupo va a clase en días alternos y se dividen en cuatro aulas más pequeñas, permitiendo al personal proveerles de asistencia más individualizada. Además, el programa incluye árabe, inglés y matemáticas, así como apoyo psicosocial diario, generalmente impartido a través de cuentos, talleres en pequeños grupos y juegos. De esta forma, los facilitadores trabajan por reestablecer las habilidades sociales que se han visto erosionadas durante estos dos últimos años de miedo, trauma y desplazamiento.

“Creo en la educación como una forma de escapar, de tener esperanza. Hemos hecho una planificación que se une con el juego, y que simplifica el currículo que solían usar previamente para estudiar, porque ahora el progreso y el aprendizaje de la infancia se ve limitado por todo el tiempo que han pasado fuera del colegio”.
“Al principio, algunos estudiantes se ponían agresivos o no se involucraban con sus compañeros y compañeras. Otros, se sentían solos y no hablaban. Algunos habían perdido a sus familiares, por lo que estaban muy tristes y decaídos. Por eso, cuando nos empezamos a involucrar en su mejora y trabajamos sus casos, percibimos un gran progreso. Algunos de los que se solían pelear siempre, han cambiado completamente. Ahora quieren involucrarse, quieren aprender, y tienen ganas de ir a las clases. Este es el verdadero cambio”, comparte Nadosh.
“Hay una gran diferencia entre la primera semana y cómo se sienten ahora, quieren aprender. Hacen sus deberes, y los quieren enseñar. Están motivados y trabajan tanto en casa, como en clase, para progresar por sí mismos. Es precioso ver que tienen ganas de aprender, de venir aquí”.
Para Nadosh, este trabajo es personal también. Su casa fue destruida y empezó a hacer pequeños talleres de aprendizaje para niños y niñas desplazados en la clínica de su hermano. Cuando encontró este nuevo proyecto, lo sintió como una continuación de su misión: “Se siente como en casa, es un proyecto familiar, no un colegio normal”.
El invierno está llegando a Gaza, y el contraste entre el espacio de aprendizaje y las casas de los niños y niñas es muy grande. “En el centro, hemos preparado el edificio para las frías temperaturas, queremos que sea un sitio cálido y seguro”, dice Mo, el coordinador del proyecto. “Pero, en los campos, va a ser muy difícil. Algunos no tienen ropa de invierno y se ponen capas y capas de ropa de verano para intentar mantenerse en calor”, dice Nadosh.
Además, tras meses en riesgo de hambruna, los alimentos aún escasean y, para muchos niños y niñas, la comida que reciben durante las clases, como el falafel, la fruta, la verdura, y ocasionalmente un postre, puede ser la comida más completa que reciban a lo largo del día. “Es algo enorme para ellos, lo ves en su sonrisa”, dice Mo.
Tanto para el personal de Kotof El-Khair, como para los estudiantes, el proyecto es más que las clases y las comidas, es una forma de sanar. “Para los niños y niñas, es su mundo… es una luz de esperanza”, comenta Nadosh.
Mo está de acuerdo: “Me encanta ver cómo los niños y las niñas se relacionan entre sí en las actividades que hacemos. Se desarrollan en cada ámbito de su vida, así que estamos haciendo algo muy bueno para la infancia, y la comunidad aquí”.
Los padres y madres también han notado la transformación. Algunos incluso asisten a las sesiones para aprender a apoyar a sus hijos e hijas. A pesar del éxito, las necesidades son inmensas, y aunque el programa tiene 200 plazas, 500 niños y niñas habían solicitado la inscripción”. Rechazar solicitudes es lo más duro, según Mo. “Nos encantaría expandirnos a la ciudad de Gaza, al norte, a la zona mediterránea, al sur, a todas partes. No podemos limitarnos a este espacio solamente, la demanda está en toda la Franja”.
“Realmente hemos visto cosas que traumatizarían a alguien de fuera, cosas que nadie puede imaginar o creer que hay gente que pasa por ello. Pero, a pesar de todo lo que nos ha sucedido, seguimos queriendo vivir”.
“Tenemos esperanza, y seremos la luz para los niños, las niñas y para otras partes de la comunidad. Los niños y niñas de Gaza merecen vivir, y hacerlo con dignidad y paz. Quiero dar las gracias a quien hace este trabajo posible. Sin ellos y ellas, no podríamos devolver la esperanza a la infancia”.
*Los nombres han sido cambiados para proteger su identidad.


