Afriyana vive en una aldea en Donggala. Llegó allí después de casarse con granjero y rápidamente notó la falta de oportunidades académicas en la zona, la escuela primaria más cercana estaba a cinco kilómetros de distancia.
El gasto de enviar a los niños y niñas a la escuela era demasiado para muchas familias de la zona y cuando lo hacían, muchos utilizaban medios de transporte peligrosos. Después de ver a un estudiante caerse de un camión durante el camino a la escuela, Afriyana decidió actuar y abrir la primera escuela gratuita en la aldea.
El primer paso fue la recaudación de fondos y en un año pudo abrir la escuela en las instalaciones de una vieja mezquita que ya no se utilizaba. El primer día tuvo 13 alumnos, que se sentaron en sillas y escritorios prestados por otras escuelas.
Aunque Afriyana enfrentó muchos retos para sacar adelante la escuela con un presupuesto mínimo, en la aldea estaban muy orgullosos: “Fue una bendición que nuestros hijos e hijas pudieran continuar con su educación” dice uno de los padres.
Solo un año después, el terremoto hizo que el suelo se convirtiera en fango y se tragara el edificio en unos pocos minutos. Los niños le insistían a Afriyana: “Queremos seguir aprendiendo, aunque sea debajo de un árbol”. Eso le dio el valor para reconstruir la escuela usando lonas y bambú.
Cuando solicitó al gobierno los fondos necesarios para mejorar las instalaciones, le respondieron que se les daba prioridad a las escuelas públicas, así que acudió a Plan International y se llegó a un acuerdo para crear un espacio de aprendizaje temporal en el que los estudiantes pudieran continuar sus estudios.
Dos meses después, la escuela se reconstruyó con tres aulas y servicios independientes. Tanto las autoridades locales, como los padres, madres y estudiantes fueron consultados durante el diseño del edificio y su posterior construcción. “Aunque el terremoto destruyó nuestra escuela, no destruyó nuestro espíritu ni el deseo de los niños y niñas de aprender”. Dijo Afriyana.