La cuarenta mantiene a niñas y niños lejos de los espacios extra familiares y de las relaciones que son esenciales para reconocer y prevenir círculos continuos de violencia en la casa.
Ya todo el mundo lo sabe: convivimos con la pandemia del COVID-19 y sus impactos. El coronavirus representa un desafío a la salud pública, para las autoridades y toda la población. En los últimos días, hemos visto que en muchos países ya se han decretado medidas oficiales que limitan la circulación de la gente para intentar prevenir la propagación del virus. Empleados y empleadas trabajando desde la casa; restaurantes, bares, cines, teatros y tiendas cerradas; niñas, niños y adolescentes en casa debido al cierre y paralización de escuelas y actividades recreativas en organizaciones, asociaciones y espacios comunes. Quédate en casa. Esa es la recomendación.
El hogar es el lugar en el que todos y todas debemos estar para atravesar esta situación de forma segura. Estar en casa significa, por encima de todo, la certeza de tener tranquilidad en un espacio de cuidado y aprecio. Significa no desplazarse y no interactuar con personas fuera del círculo familiar. Debería significar protección. Y podría significarlo si la casa no fuera también, para muchas niños, niños y adolescentes, un espacio de violencia.
Mantener a niñas, niños y adolescentes en casa es una medida que conlleva el riesgo de aumentar tensiones intrafamiliares y una sobrecarga de trabajo doméstico para las mujeres adultas y las niñas. Las niñas –que suelen ser consideradas adultas en miniatura- experimentan desde muy pequeñas los impactos de lo que es percibido como natural en la vida de las mujeres. En los hogares marcados por violencia intrafamiliar, que suele afectar más a las mujeres y niñas, este período de confinamiento en casa eleva las condiciones de tensión que pueden llevar a la ruptura de una ya de por sí débil dinámica familiar y traer serios riesgos de violencia. Hay inumerables casos en los que niñas, niños y adolescentes han podido salir de situaciones de violencia en casa porque esa violencia ha sido detectada a través de interacciones con la escuela, a través de consultas básicas en unidades de salud, visitas médicas, proyectos y actividades socio- educativas realizadas por organizaciones de la sociedad civil. Muchas veces, los adultos notan los signos de violencia. Otras veces, son las niñas, niños y adolescentes quienes, al sentirse en espacios y relaciones seguras fuera de casa, indican que sufren episodios violentos en su familia.
Hay inumerables casos en los que niñas, niños y adolescentes han podido salir de situaciones de violencia en casa porque esa violencia ha sido detectada a través de interacciones con la escuela
En Brasil, cada hora, cuatro niñas menores de 13 años sufren violencia sexual, según estadísticas del Foro de Seguridad Pública de Brasil. Las niñas menores de 13 años representan más de la mitad (54%) de las víctimas de las 66.000 violaciones registradas en el país en 2019. Se estima que hay alrededor de 500.000 casos de violencia sexual al año y que sólo el 10% es reportado. De acuerdo a estudios, la mayor parte de las víctimas son violadas por personas que conocen y la violencia ocurre dentro de sus casas, en sus familias. Es por ello que es necesario tener en cuenta que las medidas de protección del coronavirus que aislan a niñas, niños y adolescentes también conllevan repercusiones significativas que no deben ser ignoradas y necesitan ser abordadas lo antes posible.
La cuarenta mantiene a niñas y niños lejos de los espacios extra familiares y de las relaciones que son esenciales para reconocer y prevenir círculos continuos de violencia en la casa. Se trata de enfatizar que las medidas relacionadas con la pandemia no deberían ser tomadas sin tener en cuenta un contexto analítico profundo que garantice la protección de niñas, niños y adolescentes. Que el Estado garantice sus derechos para vivir libres de violencia y que garanticemos nuestro rol estipulado en el Artículo 229 de la Constitución Federal de Brasil: “Es nuestro deber el asegurar el derecho a vivir, a tener salud (…) a cada niña, niño, adolescente, con absoluta prioridad, y ponerlos a resguardo de todas las formas de descuido, discriminación, explotación, violencia, crueldad y opresión”.