“Será más difícil encontrar trabajo y salir adelante cuando acabe todo esto”

Beatriz y su familia han hablado con servicios sociales porque se les está acabando la comida y no tienen con qué salir a comprar. “Nos queda algo, pero estamos pasando hambre”.

Beatriz tiene 18 años y vive sola con su padre en un piso “normal, pequeño” al que ya ha dado mil vueltas y limpiado mil veces durante esta cuarentena. Es la pequeña de la familia, tiene cinco hermanastros, todos mayores, y ya ninguno vive en casa. “Si al menos estuviera mi hermana, podría hacerle peinados”, dice Bea, que estudia un curso de auxiliar de peluquería en una UFIL (Unidad de Formación e Inserción Laboral) del sur de Madrid y recibe formación en competencias sociolaborales con Plan International.





Sus padres están separados, y su padre sufre algunos problemas de salud que le impiden trabajar, pero tampoco está cobrando el paro ni jubilado. “Ha trabajado durante 15 años, pero como no tenía contrato no tiene jubilación ni nada, solo teníamos algunas ayudas”, cuenta Bea, pero explica que “desde el 10 de marzo, se acabaron y ya no las recibimos”.  

Ahora están a la espera, han hablado con servicios sociales porque se les está acabando la comida y no tienen con qué salir a comprar. “Nos queda algo, pero estamos pasando hambre”, dice Bea, y no le cuesta decirlo, porque lo que quiere es saber qué día, “porque dicen que está activado y no nos dicen cuándo”, van a recibir ayuda para comprar alimentos. 

Mientras tanto, sigue estudiando, haciendo ejercicios del curso y mirando libros de peluquería. Se reparte las tareas del hogar con su padre: cocina (sobre todo postres, le ha dado antojo de arroz con leche estos días), limpia la casa, ordena armarios y ve mucho la tele. Quizá más de la cuenta, porque confiesa que muchos días le dan las tres de la mañana en el sofá enfrente del televisor, “cosa que antes no hacía”. 

Su día a día antes de la cuarentena consistía en levantarse temprano, ir al curso, volver a casa, comer y echarse una pequeña siesta antes de salir a dar una vuelta por el barrio con sus amigas. Durante las prácticas, que tuvo que terminar antes de tiempo porque cerraron la peluquería tras el decreto del estado de alarma, llegaba a casa cerca de las 21 horas, cansada y con dolor de piernas. “Mi padre me decía que no me veía trabajando en esto, que supone tantas horas de pie, pero a mí me gusta, es algo que me gusta de verdad, me motiva”. 

Ahora está motivada con sus estudios, pero no siempre fue así. No terminó 3º de la ESO, dejó de estudiar a los 16 sin el título de secundaria porque no le gustaba, le costaba seguir y le agobió mucho “el tema de las reválidas de 4º de la ESO”. Bea tiene TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad) y migrañas, y no le resultaba fácil estudiar. Tampoco ahora. 

La UFIL utiliza Google Classroom para continuar la formación, y ella tiene que seguirlo a través de su teléfono móvil, porque en su casa no hay ordenador ni conexión a Internet. Hay tareas que no le salen porque no se “apaña” con el teléfono. “Los datos del móvil a veces se me gastan”, dice, y eso que no los usa para ver vídeos o para redes sociales. Instagram sí, porque ahí es donde sus profesores suben vídeos y fotos de las tareas de peluquería, como los peinados que tienen que hacer. A ella le resulta complicado y muchas veces no puede, porque “claro, a mi padre no le voy a hacer recogidos o trenzas”. 

No se agobia, pero dice que “será más difícil encontrar trabajo y salir adelante cuando acabe todo esto”, por eso quizá siga estudiando otro curso, para tener más formación. Ha pensado en terminar la ESO pero no sabe si podrá. No es especialmente pesimista tampoco, no cree que vaya a perder muchas oportunidades, pero es que no sabe si alguna vez creyó que las tenía. 

Dice que sus amigos y amigas están “amargados y aburridos”, y ya no encuentran con qué entretenerse. A veces echa de menos hacer deporte, porque en casa encerrada no le gusta hacer ejercicio. “Yo no tengo Netflix ni nada, y me joroba porque tampoco quiero gastar datos”. Pero no se queja demasiado, dice que lo lleva bien, que solo falta que les llegue la ayuda para comer mejor y dejar de sentirse “floja, debilucha, como mareada”. 

Bea no sabe qué hará el día que nos dejen salir a la calle, y eso que una de las frases que más repite es “cuando acabe todo esto”. Tiene apuntado que debe ir a la peluquería en la que hizo las prácticas a “despedirse correctamente, como es debido” y dejar su currículum. Después, irá a ver a su familia, “que son los que más estamos unidos, porque la familia es lo primero, ¿no?”.