Por lo que se sabe de pandemias anteriores, el estigma social socava los esfuerzos de despistaje y tratamiento de la enfermedad. Las personas, preocupadas por el posible rechazo social, evitarán hacerse exámenes o buscar el tratamiento médico adecuado, lo que aumenta el riesgo de transmisión a otros.
Fadima, de 33 años, fue una de las primeras personas en contraer el COVID-19 en su comunidad en Guinea. Desde que ha sido dada de alta, ella y sus tres hijos han tenido que soportar un trato de exclusión sus vecinos, que los han aislado de la comunidad.
“Di positivo al coronavirus el 30 de marzo de 2020 y empecé el tratamiento de inmediato. Estando enferma, en cama, empecé a sentir la exclusión y el estigma de mis vecinos cercanos. Todos ignoraban a mis hijos, incluso mis vecinos y amigos cercanos” explica Fadima.
Cuando un brote infeccioso se convierte en pandemia —como ha ocurrido con la COVID-19—, muchas personas actúan guiadas por el miedo y cuando el virus que ocasiona la enfermedad es desconocido, los rumores y la desinformación están a la orden del día.
“Lo que más me afectó, fue cuando una vecina con la que era muy cercana decidió irse del patio en el que yo estaba en ese momento porque se había enterado de que tenía el virus. Cuando vi eso, me subió la tensión”, cuenta Fadima.
“El día siguiente fue peor, otra persona me llamó a pedirme que me llevara unas maletas que había guardado en su casa. No era el coronavirus lo que me iba a matar, sino la exclusión social, la forma que en la todos veían a mi familia. Creo que el estigma es más peligroso que el propio virus”. La exclusión no solo afecta a los pacientes, sino también a sus familiares.
Por lo que se sabe de pandemias anteriores, el estigma dificulta los esfuerzos para detectar y tratar las enfermedades. Las personas, preocupadas por el posible rechazo social, evitarán hacerse exámenes o buscar el tratamiento médico adecuado, lo que aumenta el riesgo de transmisión a otros.
Muchos supervivientes al coronavirus en Guinea, una vez que son dados de alta, se encuentran con una situación de rechazo social muy difícil de sobrellevar: pierden oportunidades de trabajo y pueden llegar a sufrir abuso verbal, emocional o físico.
Para abordar la creciente discriminación hacia personas que han contraído la COVID-19 y ya han sido dadas de alta, Plan International, junto al Ministerio de Acción Social, brinda apoyo psicosocial, moral y material a las familias afectadas por la enfermedad, lo que incluye visitas periódicas a sus hogares para conocer los problemas que les afectan.
“Mi familia y yo hemos recibido mucho apoyo de Plan International y el Ministerio de Acción Social. No lo olvidaré nunca. Me llegué a sentir realmente abandonada y rechazada y las visitas que nos hicieron me han conmovido mucho. Las personas tienen que entender que los que hemos sido dado de altas no representamos ningún peligro”, dice Fadima.
Además de la atención a familias afectadas, Plan International también sensibiliza a la comunidad con información correcta sobre la enfermedad y cómo prevenirla para evitar que la desinformación se arraigue y se comience a culpar a los pacientes.
“A partir de ahora, dirigiremos nuestra estrategia hacia la sensibilización, para que las personas tengan información sobre la enfermedad. Creemos que, si las personas no cuentan con la información necesaria, seguirán ocurriendo casos de exclusión.
Se debe fomentar el respeto y la comprensión de las comunidades hacia las personas que han tenido el virus, pero ya no pueden transmitir la enfermedad. Junto a Plan International mantendremos estas tareas durante las siguientes semanas”, explica Moussa Traore, director nacional de Asuntos Sociales.