Desde que se impuso el distanciamiento social, en la región de Xin Man, en Vietnam, estamos utilizando los “buzones COVID-19”, que se colocan en una valla o árbol, para que los niños y niñas puedan enviar y recibir sus cartas, evitando el contacto físico.
“Ir a la escuela estos días es raro…”, dice Ly, de 13 años, mientras echa un vistazo a su alrededor. Camina junto a su padre hacia la escuela, donde se está celebrando una reunión comunitaria. A diferencia del resto de días anteriores a la pandemia, en los que su escuela solía estar abarrotada, hoy está vacía. No hay niños jugando fuera, ni risas, ni tambores. Desde que estalló la pandemia de la COVID-19, la escuela está irreconocible.
Ly es una niña apadrinada y su padre, Thang, es jefe del grupo de apadrinamiento de nuestra organización en su comunidad. Hoy, mientras camina con su padre hacia la reunión que este grupo organiza mensualmente en la escuela, ahora cerrada, Ly repite los mensajes que escucha continuamente a través de los altavoces: “Todo el mundo debe practicar el distanciamiento social. De distrito a distrito. De aldea a aldea. De comuna a comuna”.
Su aula solía estar llena de amigos que bromeaban y reían. Hoy, solo hay ocho personas que asisten a la reunión de apadrinamiento; todos se sientan muy lejos los unos de los otros. “Este mes, el trabajo ha sido extra difícil ya que los niños y niñas han tenido que quedarse en casa, pero hemos conseguido completar todas las tareas, como de costumbre”, cuenta Thang a su equipo de voluntarios.
La pandemia de la COVID-19 también ha tenido algunas ventajas. Una de ellas es que Ly ha podido pasar más tiempo con su padre y, cuando lo recuerda, esboza una tímida sonrisa. Normalmente, la joven pasa la mayor parte del tiempo en la escuela, por lo que apenas tiene oportunidades de pasar mucho tiempo con su familia. Ahora, sin embargo, su rutina ha cambiado.
Normalmente se despierta temprano para estudiar, luego ayuda con las tareas domésticas y alimenta a los pollos y los patos, antes de apoyar a su padre con las responsabilidades de voluntariado.
En total, incluyendo a Ly, hay 18 niños y niñas apadrinados que viven en esta aldea del distrito rural de Xin Man, y su padre es responsable de todas las cartas que los niños envían a sus padrinos. Thang se encarga de llamar a cada una de las casas para recordar a los apadrinados que escriban sus cartas para que estas lleguen a tiempo.
Desde que se impuso el distanciamiento social, Thang y el resto de voluntarios han inventado los “buzones COVID-19”, que se colocan en una valla o árbol, para que los niños puedan enviar y recibir sus cartas, evitando el contacto físico. De los 18 niños, sólo 10 saben escribir bien, por lo que Thang tiene que ayudarles en la redacción.