Día Internacional de las Personas Migrantes marcado por la Covid-19

Este año, el Día Internacional de las personas Migrantes está marcado por la pandemia de la Covid-19, que está agudizando las desigualdades y convirtiendo el mundo en un lugar más inseguro para los niños, niñas y adolescentes, sobre todo para quienes han tenido que huir de sus hogares.

En el año 2000, la Asamblea General de Naciones Unidas estableció el 18 de diciembre como el Día Internacional del Migrante. En la actualidad, 272 millones de personas viven en un país diferente al que nacieron, lo que representa un 3,5% de la población mundial.

Este año, esta conmemoración está marcada por la pandemia de la Covid-19, que está agudizando las desigualdades y convirtiendo el mundo en un lugar más inseguro para los niños, niñas y adolescentes, sobre todo para quienes han tenido que huir de sus hogares.
 
Las personas que viven en campamentos de refugiados son especialmente vulnerables al coronavirus debido a las duras condiciones a las que se enfrentan: hacinamiento, escasez de agua y falta de instalaciones sanitarias. 

Los confinamientos y el cierre de las escuelas también están poniendo en peligro la educación de millones de niñas y jóvenes en todo el mundo, quienes ahora están más expuestas a la violencia, los abusos, la explotación, el matrimonio infantil y los embarazos adolescentes, entre otras cuestiones.

Estas son las historias de algunas de ellas. 

AZRAQ, JORDANIA

El campamento de refugiados de Azraq, en Jordania, alberga a más de 35.000 refugiados y refugiadas sirias. Desde marzo, las familias viven bajo uno de los confinamientos más estrictos del mundo con medidas como el toque de queda a partir de las 6 de la tarde. Aunque las restricciones se han ido flexibilizando, en el caso de que haya un solo contagio de Covid-19, todo el bloque entrará en cuarentena.
 
Como respuesta a la pandemia, desde Plan International estamos trabajando para que las niñas y adolescentes se mantengan conectadas a internet gracias a nuestro proyecto Himayati. Ahora, a través de WhatsApp, las niñas interactúan durante las sesiones online y hablan sobre temas que les preocupan, algo que les permite mantenerse conectadas y apoyarse entre ellas. 

Fatima, 14 – de Daraa, Siria a Azraq 





Fátima, de 14 años, ha crecido en Azraq, donde vive junto a su familia desde 2014. Todavía recuerda a la perfección el viaje que hicieron desde Siria hasta Jordania. En pocas palabras, lo describe como “duro y brutal”, y añade: “Caminamos mucho. Recuerdo que, durante los últimos días del viaje, la comida escaseaba”.

La pandemia ha trastocado sus vidas otra vez. “Antes de la Covid-19, la escuela ocupaba la mayor parte de nuestro tiempo”, explica. “Ahora, todo se hace online y nos quedamos en casa todo el tiempo. No hay mucho que podamos hacer”.

Fátima nos cuenta que, como no está acostumbrada a quedarse en casa, el confinamiento ha hecho que se sienta aislada. Con el invierno a la vuelta de la esquina, y el barro, viento y polvo que inunda el campamento estos meses, ella y su familia tendrán que pasar aún más tiempo en el interior. “Toda esta situación me afectó mucho, no estoy acostumbrada a quedarme en casa todo el día, ahora me siento aislada; encarcelada”, dice. 

Sin embargo, no todo es negativo. Una de las ventajas de pasar más tiempo en casa es que ahora está mucho más unida a su hermana. “Después de levantarme, desayuno y me siento con mi hermana, a la que he redescubierto durante el confinamiento. Ahora la conozco mejor”.

La joven también se mantiene ocupada participando en nuestro proyecto Himayati, y, aunque echa de menos asistir presencialmente, dice que hacerlo a través de WhatsApp, le ha servido para mejorar sus habilidades tecnológicas y comunicativas.

“Siento que lo más importante es mantener el contacto con mis amigos y compañeros”, nos cuenta. Además, ha invertido su tiempo en aprender a cocinar. “He decidido aprovechar al máximo este tiempo libre. He hecho cursos online de manualidades y he decidido convertirme en una buena cocinera, pero según todos, todavía me queda un largo camino por recorrer”, bromea.

Cuando la pandemia termine y sea más mayor, Fátima quiere ser policía: “Sueño con ser mujer policía, siento que nuestra sociedad necesita más paz y seguridad”.

VENEZUELA

Venezuela se enfrenta a la peor crisis socioeconómica, política y de derechos humanos de la historia. El desplome de la economía del país, unido a años de inestabilidad política y un aumento de la violencia, ha derivado en una escasez de productos básicos como alimentos y medicamentos.

Alrededor de 4,5 millones de venezolanos han huido de su país, siendo ya la segunda peor emergencia migratoria después de Siria. Gran parte de los afectados son personas jóvenes: se estima que más del 20% de los más de 4 millones de refugiados y migrantes venezolanos son niños, niñas y adolescentes. El 57% de los migrantes venezolanos se ha establecido en tres países: Perú, Ecuador y Colombia, según datos de Naciones Unidas.

Plan International empezó a implementar una respuesta regional en Colombia, Brasil, Ecuador y Perú en 2018 para mejorar la vida y las condiciones de los refugiados y migrantes venezolanos, abordando algunos de los principales problemas a los que se enfrentan como la violencia, los abusos y las agresiones.

Emma, 20 – de Venezuela a Colombia 





Entre febrero y junio de 2019, las fronteras entre Colombia y Venezuela estuvieron cerradas debido a la ruptura de las relaciones diplomáticas entre ambos países, lo que hizo que surgieran las “trochas” o cruces informales, controlados por grupos armados de los dos países, que cobran a dinero por pasar por ellos.

Las trochas son caminos aislados rodeados de árboles secos y frondosos donde los grupos armados pueden esconderse fácilmente. Desde que se cerró la frontera, cientos de refugiados y migrantes se han quedado a merced de estas guerrillas.
 
Emma* tenía apenas 20 años cuando se arriesgó a cruzar de Venezuela a Colombia por la trocha. Viajó con otros treinta venezolanos, entre ellos, tres mujeres embarazadas y tres niños menores de seis años.

“Antes de partir me dijeron que no me alisara el pelo al cruzar la frontera”, nos cuenta Emma. “Que intentara no parecer atractiva, porque hay hombres armados que pueden encapricharse de ti y tendrás que hacer lo que ellos quieran”.
 
No sabía si era mejor quedarse en Venezuela o cruzar, pero no podía sobrevivir en Venezuela. El salario mínimo no era suficiente para estudiar ni para comer. Además, los apagones eran cada vez más frecuentes. “A pesar de ello, cruzar fue una experiencia horrible en la que toda tu vida pende de un hilo muy fino”.

SUDÁN DEL SUR

Aunque los niños y niñas de muchas zonas de Sudán del Sur siguen luchando contra crisis generada por la Covid-19, en Gran Pibor esta crisis se une a las inundaciones y los conflictos que han dejado a más de 60.000 personas desplazadas desde 2019, y donde muchos se enfrentan al hambre, la violencia, el desplazamiento y la explotación.

Alam, 25 – desplazada internamente en Sudán del Sur 





“Me preocupa mucho que mis hijos tengan que irse a dormir con hambre. Me preocupa que las aguas de la inundación se lleven nuestra casa e incluso la escuela, a la que quizá nunca puedan ir si el conflicto continúa. Ya no espero volver a casa, esa esperanza se desvanece lentamente. Me siento más segura aquí, aunque las inundaciones empeoren y no sepamos a dónde ir”, cuenta. 

“Recibimos raciones de alimentos de Plan International y, como vivo en una comunidad, debo compartirlas con otras personas para que sus hijos tampoco duerman con hambre. Debemos seguir apoyándonos los unos a los otros, así es la vida para nosotros aquí. Para complementar lo que recibimos, caminamos hasta los arbustos a través de las aguas para cortar leña que después vendemos. A veces, nuestros hijos van con nosotros y cogen pequeños paquetes que también nos ayudan a complementar nuestros ingresos”, explica Alam.