Adeng, de 18 años, está esperando su primer hijo. Hace casi un año, la obligaron a casarse porque su familia se quedó sin nada después de tener que huir de su hogar en Lukwangole como consecuencia del conflicto.
Antes de que atacaran su comunidad, Adeng ayudaba a su anciana madre a conseguir comida para alimentar al resto de la familia. Pero, cuando se vieron obligados a dejar su hogar y empezar una nueva vida en Lokurmach, a 11 horas de distancia, la familia decidió que Adeng tendría que casarse con el hombre con el que la habían prometido cuando era niña, ya que su familia necesitaba el dinero de su dote.
“Sabía que acabaría casándome, pero, si no hubiéramos tenido que huir de nuestro hogar, habría esperado a más adelante”, explica. “Mis padres no discutieron. Lo normal es que ya estuviese prometida y que, cuando llegase el momento, mi marido viniese a buscarme”.
“Al principio no estaba contenta porque sentía que mi marido era un extraño. Con el tiempo, tuve que aceptarlo porque ya se daba por hecho que tendría que casarme con él”.
El aumento de la inseguridad alimentaria complicó, aún más, la vida de la familia. “A veces estamos un día entero sin comer nada, porque la poca comida que tenemos, terminamos racionándola entre cada uno de nosotros”, explica Adeng.
En el pico del conflicto en el 2020, la familia de Adeng dependía del pescado que su marido cogía en el río cercano. “Lo perdimos todo por el conflicto”, cuenta. “No podíamos encontrar sorgo” (un tipo de cereal típico de la zona).
Ahora, Adeng viaja 11 horas cada tres meses para recoger raciones de alimentos que Plan International reparte a través de nuestro programa de distribución de alimentos, que cuenta con el apoyo del Programa Mundial de Alimentos. Su marido, mientras tanto, camina entre 13 y 15 horas a pie hasta la ciudad de Pibor en busca de trabajo. Cuando gana algo de dinero, compra artículos de primera necesidad como jabón, aceite y cerillas.
La pareja vive en unos asentamientos informales, con cuatro miembros de su familia. Adeng ha comenzado a cultivar un pequeño huerto en su patio trasero para complementar los alimentos que recibe de las organizaciones de ayuda humanitaria, y espera que, cuando termine el conflicto, pueda volver a su casa y mandar a sus hijos a la escuela.
“Espero que esta guerra termine y podamos tener una vida normal. Quiero volver a casa y empezar a cultivar nuestras tierras y prepararme para criar a mi familia”, concluye.