Desde la explosión que devastó el puerto de Beirut hace un año, el Líbano está sumido en una de las peores crisis económicas de su historia moderna. Su moneda se ha devaluado un 90%, la inflación se ha disparado, empujando a ha provocado que la inflación se dispare y ha empujado a tres cuartas partes de su población a la pobreza. El Líbano atraviesa ahora una peligrosa escasez de combustible, así como de otros productos de primera necesidad, como alimentos, medicinas, electricidad y agua potable.
Ante esta situación, unida al aumento del desempleo, las familias no pueden llegar a fin de mes y se están viendo obligadas a reducir el consumo de alimentos y a cambiar su dieta. Fátima, de 40 años y madre de tres hijos, nos cuenta que ya no puede permitirse comprar carne, cuyo precio, según ella, ha aumentado un 800%.
“Ya no tengo trabajo y no puedo ir al supermercado a comprar nada. Cuando vas al supermercado, el precio de cualquier producto se ha triplicado. Antes, podía comprar un kilo de carne por 18.000 libras libanesas (10 euros). Ahora, el precio de la carne está entre 160.000-165.000 libras libanesas (90 euros). Ya no puedo permitírmelo”.
En los últimos meses, las centrales eléctricas, los hospitales, las panaderías y otros negocios se han visto obligados a reducir sus actividades o, incluso, a cerrar del todo como consecuencia de la escasez de combustible. Con la electricidad limitada a solo dos horas al día, la mayoría de la población en el país se enfrentan ahora a largas horas completamente a oscuras.
Para los niños y niñas que no van a la escuela, seguir las clases a través de Internet ya no es una opción. “Mi hija está ahora en casa y su vida es cada vez más difícil. No puedo asegurarle que pueda seguir las clases online porque no hay electricidad ni Internet. No sabemos qué va a pasar”, nos cuenta Fátima.
Mientras las familias luchan por salir adelante sin dinero para acceder a comida ni a otros artículos de primera necesidad, las familias han empezado a sacar a sus hijos e hijas de la escuela para que les ayuden a generar ingresos. Según los últimos informes de la ONU, el 15% de las familias han interrumpido la educación de sus hijos. Hiba, de 14 años, ya no va a la escuela, sino que trabaja con su madre limpiando y preparando verduras que después se venden.
“Antes iba a la escuela todos los días, me reunía con mis amistades y esperaba completar algún día mis estudios y especializarme en lo que más me gusta: el dibujo. Un profesor me dijo una vez que podría estudiar diseño gráfico o arquitectura. Durante algún tiempo le creí, pero ese sueño se desmoronó rápidamente cuando mi madre me pidió que dejara la escuela para ayudarla en su trabajo”, cuenta Hiba.