“Nos dijeron que no podíamos ir al campo a cultivar o buscar comida y que, si íbamos, nos multarían. Pasamos mucha hambre y necesitamos desesperadamente comida”, cuenta Sara, una joven mozambiqueña de 17 años. Ella, junto a su familia, forma parte de las personas más afectadas por los efectos de la COVID-19, que han agravado todavía más la crisis alimentaria que sufre Mozambique.
Sara, que forma parte del programa de apadrinamiento de Plan International, vive en la provincia de Nampula, una de las regiones más afectadas por la escasez de alimentos. La falta de información sobre el virus y los falsos rumores que se extendieron rápidamente por la comunidad, impidieron a su familia preparar semillas para preparar la cosecha.
El problema de la desinformación venía en buena parte provocado por el idioma utilizado para prevenir la propagación del virus: el portugués. Aunque lo habla la mitad de la población mozambiqueña, muchas comunidades indígenas rurales no lo entienden, por lo que no se enteraban de las informaciones ni podían seguir las directrices del gobierno.
En todos los idiomas locales
Al darse cuenta de esta situación, Plan International empezó a difundir información sobre la COVID-19 en los idiomas locales mediante megafonía, carteles, folletos y cuñas de radio.
Con un mejor conocimiento del virus y de las medidas que debían seguir, Sara y su familia pudieron finalmente empezar a cultivar los alimentos que tanto necesitaban: “nos hemos podido abastecer e incluso vendemos a la comunidad la comida extra que cultivamos”.
El contexto actual de Mozambique se ha complicado bastante a causa del coronavirus. La pandemia ha provocado una subida de los precios de los alimentos y los medicamentos como resultado de la interrupción de la cadena de suministro y la pérdida de puestos de trabajo. En consecuencia, han aumentado los ya extremadamente altos niveles de desnutrición crónica (retraso en el crecimiento) entre los niños 0 a 4 años (45% en zonas urbanas y 34% en zonas rurales).