Visibilizando la tradición encubierta de trabajo infantil en Paraguay

Nati* tenía siete años cuando su madre la envió a vivir con una familia de desconocidos. Allí debía trabajar para la familia como criada, realizando tareas domésticas y cuidando de los animales. La historia de Nati es frecuente en Paraguay, donde la práctica del criadazgo es una forma de trabajo infantil aceptada desde hace siglos. 

El criadazgo es una práctica tradicional en la que familias acomodadas acogen a niños y niñas ofreciéndoles comida, alojamiento y educación a cambio de trabajo doméstico. Sin embargo, en la mayoría de los casos los niños y niñas son explotados, ya que la cantidad de tareas a menudo impiden que puedan concentrarse en sus deberes. 

“Mi madre atravesaba dificultades económicas y me entregó a una mujer. No sé qué pasó con mis hermanos, ya que también los entregaron a otras familias cuando eran pequeños”, explica Nati. 

Según datos de la Dirección General de Estadística y Censos, en 2020 46.993 niñas, niños y adolescentes en Paraguay estaban en situación de criadazgo. El Departamento Central tiene las tasas más altas de niños y niñas de 5 a 17 años que realizan trabajo infantil doméstico, un 31%, seguido por Alto Paraná con el 11%. 

En su nuevo hogar, Nati se encargaba de lavar la ropa y limpiar los zapatos de la familia, compuesta por una anciana, su marido y sus tres hijos adultos. Por la noche, dormía en el suelo, en un pequeño rincón de la cocina. 

Con el paso del tiempo, el trato de la familia hacia Nati empeoró. Nati no podía jugar con otros niños o niñas de su edad y, a menudo, la amenazaban de forma violenta. 

“Me hacían peticiones inapropiadas, como pedirme que les diera masajes, y me amenazaban con pegarme, a veces incluso decían que me matarían si no hacía lo que querían”. 

Las malas condiciones en las vivía, junto a los animales y tumbada en un suelo de tierra, le provocaron heridas en la cabeza que se le infectaron. En lugar de llevarla al médico para que le dieran tratamiento médico, la familia las trataba con insecticidas y aceite negro, ambos productos nocivos para el ser humano. 

Al cabo de dos años, Nati se atrevió a hablar con sus profesores sobre los malos tratos que sufría y ellos tomaron medidas: informaron a las autoridades locales, quienes enviaron a representantes del Consejo Municipal de los Derechos del Niño y del Adolescente (CODENI) para ayudarla. 

Nati recuerda la llegada del personal de CODENI a la casa donde vivía: “Recuerdo que ese día estaba limpiando zapatos. Hacía frío y llovía fuera, me monté en un coche con una mujer que me habló. No confiaba mucho en la gente, pero no quería seguir viviendo en ese lugar, así que acepté ir con ellos”.  

Nati fue acogida por la familia de una chica que conocía del colegio. Aunque estaba asustada al principio, pronto se sintió acogida por su nueva familia y dice que la trataron igual que a sus nuevos hermanos. “Todos me ayudaban con las tareas domésticas y me sentía en un entorno más cómodo y seguro”, afirma. 

Lamentablemente, no se emprendieron acciones legales contra sus agresores, pero con el apoyo de su nueva familia, ha conseguido hablar de su pasado. “Lo que sufrí de niña no está bien, y no quiero que nadie más lo sufra”, afirma.  

El criadazgo es consecuencia en gran medida del escaso desarrollo económico y la desigualdad social que existe en Paraguay. El 40% de la población vive en zonas rurales, donde las niñas son especialmente vulnerables y se ven afectadas por las desigualdades de género.   

La falta de escuelas secundarias en las zonas rurales hace que muchos estudiantes abandonen los estudios de forma prematura. Sobrepasados e incapaces de mantenerlos, los padres ven en el criadazgo la única esperanza de que sus hijos e hijas tengan un futuro con mejores oportunidades. Lamentablemente, suele ocurrir lo contrario y sus hijos sufren violencia y explotación. 

En su nuevo hogar, Nati pasó a formar parte del programa de apadrinamiento de Plan International, recibiendo apoyo durante toda su infancia hasta la edad adulta. A través de la organización, participó en talleres de formación sobre prevención de la violencia y desarrolló su capacidad de liderazgo.  

 Ahora, con 27 años, Nati pide a los padres de su comunidad que sean conscientes de la necesidad de hablar de temas tabú con sus hijos y lucha contra el criadazgo. “Ahora tengo un hijo de 7 años y quiero que viva en un entorno en el que esté seguro y cuidado”. 

*El nombre ha sido cambiado para proteger la identidad