“Silenciaban los gritos de dolor de las niñas con tambores”

Hace unos 15 años que dejaron de celebrarse las ceremonias públicas de mutilación genital. Hoy en día se practica en los hogares y es menos visible.









Mientras Kamissa Sacko se aleja de su aldea por un camino de tierra, pasa junto a un huerto seco; el maíz ya ha sido recolectado. Kamisa se acerca con mucho respeto a un árbol de mango. “Es un árbol sagrado”, explica. “Antes había que hacer una ofrenda cada vez que se pasaba por aquí”.
 
La “temporada” de mutilación genital va de noviembre a febrero. Durante la época de lluvia todos están muy ocupados con la cosecha y después con la recolección. Junto a ese árbol, Kamissa cierra los ojos y recuerda el día en que ella fue mutilada: “Debía tener cinco o seis años, íbamos en grupo. No recuerdo cuántas éramos, pero suelen ser entre 12 y 20 niñas”.

“Ese día nuestras abuelas formaron un semicírculo alrededor de nosotras, algunas llevaban grandes ramas de árbol, para escondernos de las miradas de los curiosos en la aldea y de nuestros padres, que no debían ver el ritual. Las mujeres cantan y tocan los tambores para que nuestros gritos no se escuchen”, cuenta Kamissa.

Junto al árbol sagrado, pasa el cauce seco de un río que ya no existe. Kamissa serpentea a su lado y recuerda: “Después de que nos mutilaron a todas, nos hicieron beber agua de este río y nos permitieron lavarnos. Lavaron también sus instrumentos y, entonces, cuando estuvimos limpias, nos dieron ropa nueva. No puedo decirte qué tipo de ropa, es un secreto”.

“Después de la ceremonia fuimos a la casa de la mujer más anciana de la aldea y nos quedamos allí por un mes entero. Durante ese tiempo, aunque estaba con mis amigas, no nos divertíamos mucho porque estábamos doloridas”. Kamissa nos cuenta que, cuando volvieron a sus hogares, sus madres gritaban de emoción y bailaban con alegría, estaban felices de que todo hubiera salido bien.

Aunque estaba con mis amigas, no nos divertíamos mucho porque estábamos doloridas

Tras un momento de silencio, después de revivir esa experiencia, nos dice con los ojos cerrados: “Antes no había nada alrededor de este árbol. Como era un lugar sagrado, no dejaban crecer más plantas y él área se utilizaba para la ceremonia de mutilación. Ahora, con todas las críticas que se escuchan contra esta práctica, se ha perdido esa creencia”.

Hoy en día la mutilación genital femenina se practica en los hogares y es menos visible. Hace unos 15 años que dejaron de celebrarse las ceremonias públicas bajo el árbol de mango y la nieta de Kamissa fue una de las últimas niñas en participar en esas ceremonias. Pero ahora, si tuviera otra nieta, ella no permitiría que fuera mutilada. “Cada vez escuchamos más historias negativas. Los problemas comienzan después de que se casan, cuando tienen relaciones sexuales y se quedan embarazadas”. Y reconoce: “A mí me pasó…  y no tenía nadie con quien hablarlo”.